Antes que la decisión de Ana Rosa Payán de abandonar el PAN, la votación de 24 a 17 en su comité nacional, respecto de la limpieza de la elección interna del 17 de diciembre en Yucatán es indicativa del estado que guarda la organización que gobierna a México, y en Yucatán ha estado en el poder desde 1991, cuando ganó la alcaldía de Mérida, y desde hace seis años cuando alcanzó también la gubernatura.
Fueron necesarias varias votaciones, tras una discusión de tres horas, para llegar a la decisión de rechazar el pedido de anular la elección. Y es que en el asunto están involucrados no sólo los alineamientos evidentes en la contienda interna por la candidatura presidencial, sino también la idea del partido y de su relación con el poder. Siete votos de diferencia en un total de 41 son pocos si, como era el caso, se trataba de dilucidar más que un problema de procedimientos uno de principios. Tan era profunda la cuestión que concluyó con la renuncia de Payán a su militancia, y también a su pertenencia al comité y al consejo nacional y estatal. De esos dos últimos órganos era miembro vitalicia. Rompió por completo con el PAN porque, explicó, no "podría apoyar jamás a un candidato que llegó a través de un proceso tan viciado, donde imperó la presión, la amenaza y la dádiva".
Formalmente, tras la negativa de la dirección nacional panista a reponer el procedimiento, asistiría a Payán la posibilidad de acudir a la justicia electoral federal, para reprochar jurídicamente a su partido el proceso electoral mismo y las negativas de los comités estatal y nacional a reconocer los vicios que le atribuye. Pero al no anunciar que seguiría el camino judicial la ex directora del DIF federal en los últimos meses del presidente Fox dejó abierto el camino a una participación al margen, y en contra, por supuesto, del que hasta ayer fue su partido, en que militó durante 23 años, casi la mitad de su existencia. Aunque el Partido de la Revolución Democrática anda en busca de una candidatura que mitigue su apenas perceptible presencia en esa entidad, y en tal posición la ha ofrecido tanto a la priista Dulce María Sauri (que la rechazó) como ahora a la ex panista, que dará la misma respuesta. Quizá prosperen, en cambio, las pláticas que la ex alcaldesa ha tenido con el Partido Verde, que la postularía con ánimo de acrecentar su participación en la escena yucateca, hasta ahora aun más tenue que la del PRD.
Es difícil calcular en este momento cómo resolverán los seguidores de Payán el dilema que les plantea su salida. Deben decidir si son más panistas que payanistas o viceversa. O dicho de otro modo, si están dispuestos a votar por Xavier Abreu, el candidato favorecido por las maniobras denunciadas por Ana Rosa, descalificado por su abanderada en los rudos términos transcritos. En el proceso interno votaron por ella unos cuatro mil militantes. Si todos la siguieran en su camino hacia fuera, quizá no le asegurarían la victoria, pero más probablemente evitarían que Abreu retuviera la gubernatura que Patricio Patrón ganó en 2001.
Para afinar no un pronóstico, que sería aventurado, sino una percepción lo más apegada posible a la realidad, es menester aguardar la decisión final de Payán y también los términos en que el PAN y el PRI resuelvan la candidatura a la alcaldía meridana. En la capital del estado se concentra casi la mitad de los votantes de toda la entidad, y las decisiones de los partidos a ese respecto generan efecto indudable en la elección estatal. No siempre el impacto es inmediato, pues Acción Nacional requirió ganar cuatro veces la presidencia municipal capitalina antes de ganar la gubernatura. Pero en este caso la suerte de las corrientes internas en los dos principales partidos se reflejará directamente en la elección estatal. Si, por ejemplo, la ex senadora Sauri depone el escepticismo que la embarga respecto de su partido y aceptara (o lograra) la postulación al cargo municipal, el PRI habría dirimido así su conflicto interno y quedaría potenciado para recuperar la gubernatura. Exactamente lo contrario ocurrirá en Acción Nacional si la corriente que apoya a Payán es también derrotada en la contienda interna en pos de la alcaldía.
La salida de Ana Rosa Payán es un acontecimiento que los panistas no deben minusvaluar, por la personalidad de la renunciante y por la importancia simbólica y real en la historia de ese partido. Víctor Manuel Correa Rachó, militante de la primera hora, desde sus años mozos, consiguió ser el primer panista que gobernara una capital estatal, en 1968. Comenzando por Quiroga, en Michoacán, Acción Nacional había regido varios municipios, pero no de la dimensión política y material que el de la capital yucateca. Aunque esa victoria fue semilla que tardó en fructificar, a partir de los comicios de 1990 no ha cesado de dar fruto, pues cada trienio la población meridana ha refrendado a los panistas su gana de ser gobernada por ellos, dos veces por Ana Rosa.
La ya ex panista es contadora pública. Ingresó al PAN en junio de 1983 y antes de un año pertenecía al comité estatal, que encabezó diez años después. En 1988, por sí o apoyada en el efecto Clouthier (como ocurrió a Vicente Fox en León) ganó la diputación federal por mayoría, algo que no había admitido el régimen desde 1958, cuando la alcanzó Eduardo
Molina Castillo, que dejó su partido tras desobedecer la instrucción de rechazar su curul en congruencia con la descalificación panista a la elección presidencial.
Fueron necesarias varias votaciones, tras una discusión de tres horas, para llegar a la decisión de rechazar el pedido de anular la elección. Y es que en el asunto están involucrados no sólo los alineamientos evidentes en la contienda interna por la candidatura presidencial, sino también la idea del partido y de su relación con el poder. Siete votos de diferencia en un total de 41 son pocos si, como era el caso, se trataba de dilucidar más que un problema de procedimientos uno de principios. Tan era profunda la cuestión que concluyó con la renuncia de Payán a su militancia, y también a su pertenencia al comité y al consejo nacional y estatal. De esos dos últimos órganos era miembro vitalicia. Rompió por completo con el PAN porque, explicó, no "podría apoyar jamás a un candidato que llegó a través de un proceso tan viciado, donde imperó la presión, la amenaza y la dádiva".
Formalmente, tras la negativa de la dirección nacional panista a reponer el procedimiento, asistiría a Payán la posibilidad de acudir a la justicia electoral federal, para reprochar jurídicamente a su partido el proceso electoral mismo y las negativas de los comités estatal y nacional a reconocer los vicios que le atribuye. Pero al no anunciar que seguiría el camino judicial la ex directora del DIF federal en los últimos meses del presidente Fox dejó abierto el camino a una participación al margen, y en contra, por supuesto, del que hasta ayer fue su partido, en que militó durante 23 años, casi la mitad de su existencia. Aunque el Partido de la Revolución Democrática anda en busca de una candidatura que mitigue su apenas perceptible presencia en esa entidad, y en tal posición la ha ofrecido tanto a la priista Dulce María Sauri (que la rechazó) como ahora a la ex panista, que dará la misma respuesta. Quizá prosperen, en cambio, las pláticas que la ex alcaldesa ha tenido con el Partido Verde, que la postularía con ánimo de acrecentar su participación en la escena yucateca, hasta ahora aun más tenue que la del PRD.
Es difícil calcular en este momento cómo resolverán los seguidores de Payán el dilema que les plantea su salida. Deben decidir si son más panistas que payanistas o viceversa. O dicho de otro modo, si están dispuestos a votar por Xavier Abreu, el candidato favorecido por las maniobras denunciadas por Ana Rosa, descalificado por su abanderada en los rudos términos transcritos. En el proceso interno votaron por ella unos cuatro mil militantes. Si todos la siguieran en su camino hacia fuera, quizá no le asegurarían la victoria, pero más probablemente evitarían que Abreu retuviera la gubernatura que Patricio Patrón ganó en 2001.
Para afinar no un pronóstico, que sería aventurado, sino una percepción lo más apegada posible a la realidad, es menester aguardar la decisión final de Payán y también los términos en que el PAN y el PRI resuelvan la candidatura a la alcaldía meridana. En la capital del estado se concentra casi la mitad de los votantes de toda la entidad, y las decisiones de los partidos a ese respecto generan efecto indudable en la elección estatal. No siempre el impacto es inmediato, pues Acción Nacional requirió ganar cuatro veces la presidencia municipal capitalina antes de ganar la gubernatura. Pero en este caso la suerte de las corrientes internas en los dos principales partidos se reflejará directamente en la elección estatal. Si, por ejemplo, la ex senadora Sauri depone el escepticismo que la embarga respecto de su partido y aceptara (o lograra) la postulación al cargo municipal, el PRI habría dirimido así su conflicto interno y quedaría potenciado para recuperar la gubernatura. Exactamente lo contrario ocurrirá en Acción Nacional si la corriente que apoya a Payán es también derrotada en la contienda interna en pos de la alcaldía.
La salida de Ana Rosa Payán es un acontecimiento que los panistas no deben minusvaluar, por la personalidad de la renunciante y por la importancia simbólica y real en la historia de ese partido. Víctor Manuel Correa Rachó, militante de la primera hora, desde sus años mozos, consiguió ser el primer panista que gobernara una capital estatal, en 1968. Comenzando por Quiroga, en Michoacán, Acción Nacional había regido varios municipios, pero no de la dimensión política y material que el de la capital yucateca. Aunque esa victoria fue semilla que tardó en fructificar, a partir de los comicios de 1990 no ha cesado de dar fruto, pues cada trienio la población meridana ha refrendado a los panistas su gana de ser gobernada por ellos, dos veces por Ana Rosa.
La ya ex panista es contadora pública. Ingresó al PAN en junio de 1983 y antes de un año pertenecía al comité estatal, que encabezó diez años después. En 1988, por sí o apoyada en el efecto Clouthier (como ocurrió a Vicente Fox en León) ganó la diputación federal por mayoría, algo que no había admitido el régimen desde 1958, cuando la alcanzó Eduardo
Molina Castillo, que dejó su partido tras desobedecer la instrucción de rechazar su curul en congruencia con la descalificación panista a la elección presidencial.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario