martes, octubre 31, 2006

Artículo de fondo - El asesino de Oaxaca

Por José Ortiz Rosales.-

Vicente Fox Quesada será, andando el tiempo, una evocación amarga para los mexicanos que tuvimos que soportar sus poses farsantes y promesas huecas, primero, y sus frivolidades y estupideces extremas después. Es el presidente de la República más mediocre y más torpe de que se tenga memoria desde la época de Benito Juárez a la fecha y eso que hubo otro inútil gobernando, a quien el ingenio popular puso por justo mote “el nopalito”.

Vamos, hasta Miguel de la Madrid y Luis Echeverría destacarían con luz propia y refulgente al lado del ranchero mañoso que todavía gobernará (?) al país por treinta días más.El presidente panista resultó ser un fiasco como gobernante y resultó más mentiroso e inepto que cualquier otro antecesor, con la agravante de que éste añadió a sus desaciertos el cinismo y la desfachatez, la inmoralidad y el disimulo, la estulticia y la ignorancia.


A su tiempo, con la historia recomponiéndose, Fox tendrá la estatura de un moderno Antonio López de Santana. Su debilidad y sometimiento ante el aventurerismo de Marta Sahagún Jiménez, su segunda esposa, le hizo daño al país pues lo sometió al escarnio y burla de otros funcionarios ajenos al círculo íntimo y puso a México en los escaparates del histrionismo.


Tardará mucho, años sin duda, para que se diluya el recuerdo de los ceremoniales a que asistió la oportunista de su consorte sin más razón ni representación que el capricho y la debilidad del esposo ridiculizado. Es en verdad lamentable que durante seis años no hayamos avanzado en ningún plano por culpa del presidente y bastaría un somero inventario en todas las actividades presidenciales para advertir que la constante, el denominador común fueron los dislates, los equívocos, las rectificaciones inoportunas y entre todas ellas la campaña electoral del 2006 y el caso Oaxaca evidenciaran, ahora y durante muchos lustros, la desgracia que persiguió a México con un presidente inepto e inapto, el Bucaram del bajío, como yo lo llamé en plena campaña electoral del 2000.


El diferendo de Oaxaca tiene muchas lecturas, dependiendo del lector y del entorno en que se haga esa lectura, pero creo que todo mundo coincidiría en que resultó el escenario en donde la gestión y la función gubernamental federal demostraron que la falta de oficio, de sensibilidad y de oportunidad que se les atribuyó en estos seis años no era ni mala voluntad ni descalificación gratuitas.


Fox y su gabinete cometieron todas las faltas e incurrieron en todos los errores al ni siquiera haber justipreciado los alcances de un conflicto que, necesariamente, por contaminación política, se haría extensivo a otras partes del país. Pudiéramos empezar por destacar que la primera semana del conflicto el gabinetazo federal no pudo elaborar ni un mediano diagnóstico sobre los porqués de esa inconformidad y las posibles formas de desactivarla.


Nadie, ninguno de los consejeros de Fox, señaladamente, se preocuparon por pulsar en el mismo escenario el grado de animosidad que se estaba generando y cuando una intervención tajante y directa, exenta de violencia y arbitrariedad, hubiera podido solucionar el conflicto recién iniciado, el presidente y su equipo de paniaguados simplemente lo ignoraron, creyendo que por cansancio o por fatiga social se moriría, se extinguiría sin ganancia alguna, pero se equivocaron de medio a medio.


Por ahora resultaría aventurado, casi adivinatorio, adelantar algunas especulaciones, pero lo que sí puede decirse es que en el caso de Oaxaca intervinieron muchísimos factores y todavía más actores, la mayoría envueltos en el ropaje de los cobardes, que por la perversidad de sus intenciones se sienten obligados a permanecer ocultos, tal y como ha sucedido con José Murat, Elba Esther Gordillo, Enrique Rueda y los caciques aliados con Ulises Ruiz y los caciques magisteriales bien presentes en el ánimo de los oaxaqueños.


Esos fueron unos cuantos de los involucrados en la grave subversión de la normalidad de la vida de ese Estado y precisamente por lo enconado del conflicto y la cerrazón de las partes y la desidia e ignorancia del gobierno federal, Oaxaca se convirtió en un referente indispensable para las fuerzas políticas que confluyeron en su disputa, sin que ninguno de los participantes estuviera dispuesto a pensar y anteponer los intereses de los oaxaqueños y del Estado antes que sus personales propósitos y apetitos. Los priístas, acorralados y acobardados por su inferioridad numérica en el Congreso de la Unión simularon no darse cuenta del atentado mayúsculo que día tras día se cometió contra un pueblo trabajador, que además fue secularmente expoliado y olvidado por el priíato de 75 años; los panistas, pusilánimes y engreídos creyeron que Oaxaca no los implicaba, que nada tenían que hacer y le dieron vueltas al problema como si se tratara de un conflicto en los Balcanes europeos; el PRD apenas aventuraba alguna opinión pero sin acertar a elaborar propuestas viables, inteligentes, útiles, reflexionadas y el presidente Fox igual que siempre, enajenado por una realidad que sólo tiene cabida en su cerebro y en su percepción muy particular.


Pareciera que Fox no se enteraba que Oaxaca formaba parte del territorio nacional y que los que se combatían entre sí, de diversas maneras, y que los que sufrían empobrecimiento, restricciones y limitaciones hasta en sus derechos más elementales, también eran mexicanos.En Oaxaca se dieron vuelo los asesinos y no sólo los actores intelectuales y materiales de los 10 ó 12 ó 14 muertos ó 100 ó 1000. En Oaxaca se asesinó sin piedad el más elemental derecho humano de cada oaxaqueño, incluso de los que levantaban las barricadas, invadían y destrozaban el Congreso Local, las oficinas de los periódicos, la difusora, el campus universitario y un sinnúmero de bienes de propiedad privada que quedaban a merced del vandalismo desbocado.


Y todo esto apuntaba a un algo que no se pudo lograr: la caída del gobernador caciquil que recibió todo el respaldo de los demás gobernadores priístas, de los cuales no dudo ni tantito que hubiera salido también otra clase de apoyo. Como cual ?. . . No quiero aventurarlo pero al igual que está en mi pensamiento está en el de los demás que, como lo hice yo, siguieron con desazón la ruta que a diario se recorría en un conflicto irracional, carente de sentido, de razón y de justificación, porque si bien es cierto que las demandas iniciales pudieran haber resultado respetables y dignas de atención, la vorágine de los acontecimientos las desdibujaron y las convirtieron en una masa amorfa, plasmada de mediocridad criminal.


Pero lo más humillante es que el claudicante presidentito que padecemos haya decidido enviar tropas a destrabar el conflicto y a recuperar la ciudad hasta que el embajador Tony Garza casi le ordenó hacerlo. Antes no fueron suficientes diez muertos mexicanos pero bastó que uno fuera norteamericano para que el presidentito acatara la disimulada orden de intervenir y terminar, aparentemente, con un conflicto que nunca tuvo razón de perdurar y menos aún de asesinar.


Por lo pronto mi lectura personal gira alrededor de que los asesinos se salieron con la suya: Ulises Ruiz, el gobernador priísta se queda, el presidente electo tendrá el apoyo de los legisladores priístas que así pagaran el apoyo del gobierno foxista-panista a su gobernador denostado y el único gran perdedor es el pueblo todo de Oaxaca, lo cual no es nada raro pues así ha sido siempre y así tiene que seguir siendo. Claro, hasta que el pueblo logre recuperar el poder que le robaron una caterva de señoritos adocenados y que transmitieron por malas mañas a los priístas, por setenta años y a los panistas por casi doce años más. Pero el pueblo puede reescribir esa historia. 31/10/2006

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