viernes, noviembre 03, 2006

DESAFÍO - Rafael Loret de Mola



*Derrotas Históricas
*Presidente Humillado
*La Despedida de Fox


La pregunta más frecuente que surge sobre México en estos días es ¿cómo pueden convivir con el gigante estadounidense? Es curioso: la influencia mediática, centro de formaciones y deformaciones en la Unión Americana, exalta la xenofobia y, paralelamente, asumen inexplicable el odio hacia los Estados Unidos que brota y se extiende por la geografía universal. No faltan quienes, prejuiciados, se digan profundamente ofendidos por la reacción mundial cuando, en su fuero interno, se sienten defensores y cuidadores de la paz general y de los sistemas democráticos. Por ello, alegan, han protagonizado tantas guerras e invasiones –ninguna en su territorio salvo la relampagueante invasión de Villa a Columbus-, en beneficio supuestamente de las soberanías ajenas que luego se someten a los lineamientos del gran gigante.

Vale la pena explicar la paradoja tremenda en las relaciones bilaterales entre México y su poderoso vecino del norte. Por un lado, en el sur de la Unión Americana se reclama la mano de obra barata de los mexicanos con la que se abaten los precios finales de la enorme producción agraria y se eleva, por consiguiente, la competitividad de la misma; por el otro, se construye el muro de la vergüenza a lo largo de mil cien kilómetros –el de Berlín sólo atravesaba una ciudad-, y se alienta, sin el menor apego humanitario, la bárbara cacería de seres humanos por el prurito de defender las propiedades situadas en el linde. Los llamados “minuteman”, en Arizona, son ejemplos extremos de racismo encendido.

Y no es eso todo. En la guerra contra las drogas todas las sospechas y responsivas se dirigen hacia el sur de la frontera mas transitada en el mundo, entre México y los Estados Unidos claro, sin siquiera detener la mirada en un hecho incontrovertible: el tráfico de narcóticos prosigue, se interna en cada uno de los estados norteamericanos y penetra en el mayor mercado de consumo del mundo como si los fantasmas fueran los encargados, invisibles como son, de asegurar y distribuir los cargamentos del oprobio.

Doble cinismo bajo la siempre visión maniquea de los fuertes que insisten en la filosofía del clan Bush: quien no es amigo de los Estados Unidos, esto es incondicional suyo, debe ser visto como enemigo. Es obvio que si hacen el recuento de amigos en estos términos sólo acudirán al banquete los virreyes patrocinados por la CIA. Y entonces seguirán preguntándose allá, ¿pero qué les hemos hecho salvo ofrendar nuestra sangre para darle garantías al mundo? Y la distorsión alcanzará niveles melodramáticos.

Porque resulta que también en cuanto a las víctimas de las últimas guerras estadounidenses destacan muchos mexicanos que retornan en ataúdes envueltos con la bandera de las barras y estrellas. Ésta es, sin duda, la más dolorosa de las deformaciones: ¿tiene sentido que se exalte como héroes nacionales, colocando sobre sus túmulos también el lábaro tricolor, a quienes ofrendaron sus existencias defendiendo los intereses de otra nación que los hizo suyos precisamente para reclutarlos? Perdónenme las familias de estos marines morenos por esta reflexión; a mí también, guardadas las proporciones claro, también me hiere.

A la vista del muro de la vergüenza, en su fase de ser erigido para intentar revertir –dicen- la tendencia electoral de cara a los inminentes comicios de noviembre -¿ello significa que la mayor parte de los estadounidenses aprueba la ominosa afrenta contra México bajo el disfraz de una legalidad que deshumaniza sembrando agudas desigualdades sociales y laborales?-, nos preguntamos si tal debe ser observado, igualmente, como una presea en el pecho del foxismo.

Debate

La calificación, casi general, señala hacia la ignominia. No entienden los espíritus libres cómo puede llegarse al grado de pretender aislar a una nación vecina sin abogar por el respeto a los derechos humanos fundamentales. Menos todavía cuando se evidencian, una y otra vez, los requerimientos de fuerza laboral por parte de los sureños agricultores que saben muy bien como abatir sus costos y precios: si se legaliza la mano de obra de los inmigrantes mexicanos ya no podrían contratarles con salarios muy por debajo de los que se pagan a los estadounidenses por empeños iguales. Forman parte de la singular cultura del ahorro con la cual se amplían los márgenes de ganancia a costa de la explotación humana. ¡Y tales se dicen protectores de la humanidad!

Alegan, también, que luchan contra el terrorismo. ¿Alguna vez los mexicanos, tantas veces humillados en la frontera, han reaccionado violentamente contra la seguridad de la poderosa nación vecina?¿Existe alguna banda anarquista dispuesta a cobrar las viejas afrentas históricas? Como las respuestas son negativas, por fortuna para todos, los censores estadounidenses carecen de la menor autoridad moral para proceder como lo hacen, discriminando, persiguiendo, cazando.

Pese a ello no son pocos quienes aseguran que los estadounidenses tienen derecho a encerrarse, a erigir muros, a explotar a sus anchas la mano de obra, abaratándola claro al mantenerla en la ilegalidad, a darse, en fin, el modelo que ellos quieren aun cuando para ello se supriman los derechos de las demás naciones. Vamos a suponer que tengan razón, solo por un instante, ¿no serían suficientes los elementos expuestos para responder por qué el mundo no quiere a los Estados Unidos y cada vez se percibe, desde la mayor parte de los escenarios y foros universales, más lejos de la potencia asumida como rectora de la humanidad sin el menor sustento moral?

Construyen muros y habilitan a sus cazadores de seres humanos para luego decirse amigos de México. ¿No fueron ellos quienes enfatizaron que los Estados Unidos sólo tiene intereses, no amigos?¿Acaso no ha sido de allí de donde han partido las invasiones injustificadas contra un país que, una y cien veces, les ha extendido la mano? Bastaría recordar la emocionante solidaridad de un pueblo pobre, a través de su ejército, tras el colapso de Nueva Orleáns. ¡Y todavía hubo quienes cuestionaron la higiene de los militares al elaborar los alimentos para los damnificados! Xenofobia, siempre.

El Reto

Las últimas medallas que atesora la administración foxista no dejan lugar acerca de hacia donde se dirige el juicio de la historia. El muro en el norte; Oaxaca, incendiado, en el sur. Y, en medio, la cursilería de las despedidas con sabor a zarzuela barata.

Los panegiristas de la “pareja presidencial” -¿podrán cogobernar San Cristóbal, tras la ausencia definitiva de doña Mercedes, dama admirable ésta sí?-, dirán que las controversias no son suyas e incluso asegurarán que Vicente hizo todo lo posible para evitar afrentas y desbordamientos anárquicos. No fue así. La ausencia de gobierno, el vacío de poder, extendió la vulnerabilidad nacional hasta el nivel que ahora resulta asfixiante.

En fin, el señor Fox perdió todas sus batallas. Una tras otra. Ya no tiene tiempo siquiera de rectificar, perdido en las tinieblas de su soberbia. Al final de cuentas, el virus del mesianismo también lo carcomió por dentro. Y perdimos, todos, la gran oportunidad que brindó la alternancia. ¿Construimos un nuevo muro alrededor de Los Pinos?

La Anécdota

Cada vez se evidencia más el símil de Fox con su antecesor, José López Portillo, también atrapado entre sus mujeres. Y como él pide perdón. Hace nos días, por ejemplo, aseguró que jamás había pretendido lastimar a nadie y que si había hecho algo para merecer ser criticado, lo aceptaba, pidiendo disculpas a quienes hubiera ofendido. Un buen samaritano de accionar tardío.

Desde hace varios días, la pareja, los Fox, han dado por despedirse en las distintas oficinas de la Presidencia. Me cuenta una testigo:
--Lloraron mucho al abrazar a sus más cercanos. Parecían convulsionados. No podían hablar siquiera y tenían los ojos empañados cuando salieron. Lo malo es que nos dijeron que esa ocasión no había sido la definitiva. Vendrán más adioses. Hasta el último día.

Alegan que, por las noches, un espectro llamado Vicente deambula por los jardines de Los Pinos entonando una melodía:
--“Si en algo te ofendí, perdón; si no te comprendí, perdón...”
Y así hasta la madrugada. Menos mal que no tienen vecinos.
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Web: www.rafaelloretdemola.com

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