miércoles, noviembre 15, 2006

DESAFÍO - Rafael Loret de Mola

*Democracia Camuflada
*Lección en Cataluña

*Canberra y Echeverría

Vicente Fox, quien tanto presume ser demócrata al grado de que, según dice, se somete a decisiones que no comparte –por ejemplo en cuanto al impedimento a viajar a Australia y Vietnam-, nunca fue capaz de rectificar frente a los contrapesos del poder Ejecutivo. Si en el pasado inmediato, cabe aclarar, los amortiguadores institucionales salían sobrando porque la sociedad no maduraba y la disciplina imperaba entre los actores políticos, en el presente los reacomodos partidistas posibilitan que el Ejecutivo no tenga control sobre las Cámaras, circunstancia ésta que sacó de sus casillas, en varias ocasiones, al “demócrata” señor Fox.

Recordemos que a través del sexenio en fase de finiquito, Vicente viajó a donde y cuanto quiso, salvo en dos ocasiones: en abril de 2002, en pleno forcejeo entre dos de los poderes de la Unión, los legisladores arguyeron que la Presidencia no había explicado los motivos reales de una inesperada visita de señor Fox a los Estados Unidos destinada, entre oras cosas más bien nimias, a cumplimentar una invitación del multimillonario rey de Microsoft, Bill Gates, a cenar; y hace una semana, de igual manera, los diputados, en su mayoría, votaron a favor de que Vicente echara anclas y cancelara un paseo final por Australia y Vietnam.

Lo interesente de tales antecedentes no es que el mandatario requiera una especie de visa del Legislativo sino, más bien, la rabiosa reacción de Fox al considerar necesario enviar sendos mensajes a la nación –lo hizo también en 2002-, para culpar a los miembros de la Cámara baja de estar ensuciando la imagen de México en el mundo mostrando que los mexicanos “somos incapaces”, así lo expresó, de solucionar nuestra conflictiva interna. Además aseguró que tal negativa sería tomada como una falta de respeto hacia dos países amigos. Todo ello recitado en tono de grandilocuencia como si la dignidad nacional, habló siempre de México como recipiendario de la supuesta ofensa y no del titular del Ejecutivo, estuviese en jaque por una medida con marcado acento institucional y, sobre todo, con aplicada lógica: ¿qué utilidad puede tener para el país un recorrido final de Fox por las naciones mencionadas cuando la representatividad de éste está por agotarse en unos cuantos días?

Por otra parte, es lamentable la desbordada reacción presidencial cuando respecto a otros asuntos de enorme importancia, como el drama de los mineros de Coahuila o la catástrofe social y política de Oaxaca, ni siquiera haya definido actitudes ni enviado mensajes a la nación con el propósito de informar sobre procedimientos y perspectivas, siempre desdeñando, en todo momento y lugar, las controversias internas. Esto es, sencillamente, como si la trascendencia de los hechos la marcara el capricho de la casa presidencial y no el peso evidente de la realidad. ¿O acaso la secuela de bombazos no tiene importancia porque las detonaciones no interrumpieron el pesado sueño de la pareja presidencial?

Fox acaba el sexenio como lo arrancó: oponiéndose, con vehemencia, a las transformaciones a las que ha obligado el proceso de madurez de la sociedad y no la estrecha voluntad del señor Fox quien pretende abonarse méritos cuando, al mismo tiempo, rechaza sus efectos. Así, la resistencia del Legislativo, consecuencia de una distribución camaral forjada con el sufragio universal, fue vista por los foxistas como el gran “freno” al cambio sin disimular su nostalgia por el pasado y su propósito de retornar al escenario de la cómoda mayoría cómplice del mandatario en turno.


Debate

Frente a la democracia camuflada que se evidencia en México, en otra perspectiva, la de Cataluña, las definiciones políticas abren perspectivas insólitas. Allí, quien ganó las elecciones, Arturo Mas, de Convergencia y Unión, sencillamente no pudo integrar gobierno porque los tres partidos de izquierda, el Partido Socialista Catalán, el ERC y el ICV, optaron por sumar sus votos, luego de consumarse la elección, para consolidar lo que ellos denominan “un tripartito” y a partir de éste integrar gobierno colocando al frente a José Montilla, socialista, en apariencia derrotado, voto sobre voto, durante la jornada comicial.

¿Cómo debe interpretarse el hecho? Una lectura superficial nos indicaría, de acuerdo al pensamiento que priva entre los mexicanos de derecha, que un solo voto puede hacer la diferencia entre el primero y el segundo lugar. De esta manera, Mas, de CI, sería el próximo presidente de la Generalitat. Sin embargo, ello no garantizaría, como no se garantiza en México, la gobernabilidad del país porque, claro, la oposición suma más posiciones que los partidarios del supuesto vencedor lo que, sin duda, obstaculiza el funcionamiento cabal de las instituciones. Por ello, claro, a quien gana se le obliga a garantizar acuerdos poselectorales que le habiliten a desarrollar proyectos conjuntos con los avales necesarios para aplicarlos. Y, en cuanto al caso que nos ocupa, Arturo Mas no pudo hacerlo a diferencia de los socialistas que, uniéndose, dieron el vuelco, por así decirlo, al marcador.

Lo anterior puede parecernos antidemocrático en una primera lectura pero tiene una lógica evidente: el imperativo de privilegiar tendencias y proyectos por encima de pronunciamientos individuales o de grupo. En México, todos estamos anclados ante la imposibilidad de alcanzar acuerdos parlamentarios, los de verdad fundamentales y no sólo para que viaje el presidente en busca de canguros, y las resistencias sectarias que impiden reunir voluntades para destrabar los candados de la ingobernabilidad. Las consecuencias las conocemos todos.


El Reto

Por otra parte, la sociedad lo que vota es porque el gobierno lo sea, esto es que funcione. Durante el régimen foxista, con el pretexto de que “los diputados no dejan trabajar al presidente” se optó por la claudicación en cuanto a las iniciativas de reforma rechazadas en, primera instancia, por las Cámaras: no hubo intención alguna de rectificar sino sólo la obcecada pretensión de volverlas a proponer tal cual, esto es sin la menor salida fundamentada en la pluralidad, con un destino único, la crispación política. Tal es el legado del viajero Vicente, tan frustrado por no haber podido cruzar los océanos de nuevo con cargo al erario.

Ya en diciembre podrá desquitarse. Con la generosa pensión que reciben los ex mandatarios quizá pueda destinar parte de la misma para cumplimentar a Gates, quien se quedó esperándolo, aun cuando resulte complejo administrar los ingresos con una consorte con gustos tan exquisitos como los de la señora Marta. Este será su principal desafío en la hora del retiro. Y de ello ya no podrá culpar al Congreso ni señalar a los mexicanos, en general, como responsables de que no “lo dejan trabajar”. En cuestión de alcobas, la intimidad es inviolable.
En fin, los demócratas que tanto presumen de serlo acaban siendo descubiertos, tarde o temprano, por lo contrario. Retrocedimos al punto de arranque. Y de esto, desde luego, no hay más responsables que Vicente... aunque no dirija un mensaje a la nación último para explicarlos la caducidad de sus ofertas.


La Anécdota

En los primeros meses del mandato de José López Portillo –inició en diciembre de 1976-, el ex presidente Luis Echeverría solicitó a su antecesor que se formalizara una iniciativa para que quienes habían cursado por la Primea Magistratura pudiesen ofrecer su capital político como senadores vitalicios, una analogía con las costumbres romanas. El entonces huésped de Los Pinos le escuchó... y acabó enviando a su viejo amigo, en calidad de embajador plenipotenciario, a Canberra, en Australia.

--¿Por qué allí? –preguntó a López Portillo uno de sus interlocutores frecuentes-.
--Bueno, observé el globo terráqueo y descubrí que el punto más alejado de México es precisamente Canberra.
Y hacia allá quería viajar Fox acaso para desentenderse de las conflictivas internas, bombazos incluidos, y relajarse para la última gran parodia del sexenio.
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Web: www.rafaelloretdemola.com


!!Sufragio Efectivo No Imposición!!

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