miércoles, noviembre 15, 2006

El andariego

Por Sergio Aguayo Quezada.-

Vicente Fox le apasiona viajar y no lo oculta, ni se avergüenza. Parafraseándolo, ¿y a nosotros qué?
Se enojó. El presidente se enfureció porque los diputados le prohibieron irse por diez días a Australia y Canadá. Para curar la muina regaló una cadena nacional para despotricar contra las minorías “oportunistas” que lo habían “secuestrado” sin razón. El incidente podría engarzarse a la comedia de despropósitos y declaraciones lamentables de este final de sexenio. Puede también verse como parte de un estilo de gobernar que vale la pena entender.

Tengo ya un par de años reuniendo información para un libro sobre la democracia mexicana y sus males, que publicará Taurus el próximo año. Desde el primer armado de los capítulos dedicados a este sexenio me sorprendió la cantidad de kilómetros recorridos por Vicente Fox; es el presidente más viajado en la historia nacional.

Él mismo precisó, “cuatro días a la semana viajo, estoy fuera del escritorio... Lo he venido haciendo desde el primer día de gobierno y lo voy a seguir haciendo hasta el último”, (Reforma, 21 de febrero del 2006) .

¿De dónde nace, y que consecuencias tiene, esa convulsión viajera? Para su ex secretario particular, Alfonso Durazo, se trata de “un activismo sin dirección, empujado sólo por la necesidad de estar en movimiento, para dar la sensación de dinamismo” (Saldos del cambio, Plaza y Janés). Viéndolo desde otra perspectiva, viajar ha sido, para Fox, una manera de huir de una realidad que le choca porque lo confronta con situaciones desagradables y decisiones difíciles.

Vicente Fox ganó la elección presentándose como un estadista dispuesto a tomar riesgos para transformar México. Muy pronto le salió la personalidad insegura, dio marcha atrás y puso sus lealtades al servicio del orden establecido. Ayudaron los halagos y aclaraciones de los representantes de los intereses creados que le recordaron que triunfar en las elecciones no significaba obtener el poder. Quienes esperábamos reformas empezamos a criticarlo muy pronto porque en el 2001 se hizo evidente la capitulación. Para entender la reacción habría que sumar a las condenas la hostilidad y el desdén capitalinos hacia quienes llegan del interior.

Como Fox siempre se ha visto como un campeón de la democracia (y piensa tener el título a perpetuidad por haber derrotado al PRI en las urnas) reaccionó descalificando o ignorando a sus críticos; de entonces viene su animadversión al “círculo rojo”. El presidente también protegió su autoestima con un doble mecanismo. El primero fue refugiándose en un círculo íntimo en donde se colocaron como porteros Marta Sahagún y Ramón Muñoz. El segundo fue a través de esas giras nacionales e internacionales meticulosamente planificadas por un Estado Mayor Presidencial que deja poco, casi nada, al azar. Son ambientes controlados donde todo funciona a la perfección, como si no fuera México.

El presidente deja Los Pinos en un helicóptero que lo deposita en la escalinata de un avión siempre listo para despegar. En la parte delantera de éste se respira un aire relajado porque los invitados conversan en voz baja sintiéndose parte –lo son- de un club muy exclusivo. Entre susurros se intercambian chismes, hacen negocios o tejen jugadas políticas; ocasionalmente se entretienen buscando la conversación informada del intelectual o el periodista invitado. Los asientos son amplios y entre comidas el antojadizo puede solicitar alguna de las tortas que han dado fama a la cocina del avión presidencial. Cuando se llega al destino ya está esperando otro helicóptero o la caravana de autos que trasladan a la comitiva por vialidades siempre libres. Los lugareños están contentos porque generalmente se inauguran obras o cumplen promesas y aplauden, por entusiasmo o inercia, al mandatario que los visita. Los sobresaltos o sorpresas son la excepción.

Fox se comporta como el mandatario bonachón siempre dispuesto a platicar los logros de su gobierno porque está convencido de que mientras viaja por este “México maravilloso”, su gabinetazo está implementando las transformaciones y resolviendo las crisis en la casi siempre contaminada y revoltosa capital. Esta creencia la desarrolla Ramón Muñoz en un par de libros donde se asegura que concediendo autonomía a los funcionarios se libera su energía creativa.

Otra forma de verlo es que cuando Fox delegó funciones a su heterogéneo gabinete éste reaccionó como una orquesta sin director; en estos seis años cada secretario o funcionario han tocado la melodía de su elección. El resultado es desigual, con puntos brillantes y fiascos deslumbrantes. El presidente lo minimiza y se declara satisfecho porque, después de todo, su equipo lo quiere, o dice quererlo, y él necesita dosis masivas de aceptación y afecto.

Los viajes han acercado al presidente a sus gobernados que, sin embargo, tienen claridad sobre su estilo de gobernar. El resultado es una opinión pública que lo aprueba y condena, al mismo tiempo. La serie de encuestas levantadas por Mitofsky durante el sexenio muestra una tasa de aprobación de Fox en torno al 60 por ciento, cifra que se derrumba ¡cuarenta puntos! cuando se juzga su “capacidad para resolver problemas” y su “liderazgo para dirigir al país”.

Termina el primer sexenio de la alternancia y puede concluirse que cuando Fox era candidato se vendió como estadista pero no cumplió. Al entrar en Los Pinos se convirtió en un gerente honesto, platicador y andariego al que le salió la personalidad insegura y se atrincheró en su círculo íntimo y en el ambiente aséptico de la gira perpetua. Cuando le interrumpieron su último periplo transcontinental reaccionó con el berrinche y las tonterías.

¿Y nosotros qué? Muy poco se puede hacer porque la democracia da margen a la simulación o la frivolidad y parecería difícil que el Instituto Federal Electoral contrate un pelotón de psicoanalistas que dictaminen sobre el inconsciente de los aspirantes a gobernarnos. Tampoco podemos recurrir a métodos excepcionales como el gobierno tibetano en el que, el exilio tiene a un oráculo oficial que consulta el Dalai Lama sobre los asuntos más serios.

Nuestro único refugio está en la crítica razonada y sobre el capítulo aquí discutido me permito expresar mi desencanto y escepticismo sobre los beneficios para el país del activismo desenfrenado del presidente que, una vez elegido, se quitó las botas para ponerse las pantuflas de descanso.

Comentarios: Fax 56 83 93 75; e-mail:
sergioaguayo@infosel.net.mx 15/11/2006




!!Sufragio Efectivo No Imposición!!

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