*Hondas Diferencias
*Una Ciudad de Pie...
A buena parte de los mexicanos les cuesta, enormemente, asimilar la historia y sus enseñanzas. Acaso la quisieran distinta y menos convulsa para asegurar la perspectiva de la tranquilidad. Es ésta, sin duda, una condición que deviene de los más profundos atavismos de nuestra conciencia colectiva, tantas veces conformista, bajo el arraigo de la repetida simulación política. Por eso, pretendemos creer que, aun tras los sacudimientos más severos, en México no pasa nada.
Y vaya si pasa. En febrero de 2000, a cinco meses de distancia de los comicios federales que dieron cauce a la primera alternancia, discutí el mismo punto con un grupo de empresarios reacios a aceptar la idea de una victoria de la oposición a pesar de los múltiples indicios. Esgrimían tan solo un argumento: el “sistema” estaba diseñado para la continuidad de la hegemonía priísta. En nuestro fuero interno también dudábamos analizando antecedentes y circunstancias: en 1988 igualmente percibimos la posibilidad de una derrota nacional del partido del Estado y, al final de cuentas, la transición se dio “institucionalmente” aunque con ella comenzaran los vientos huracanados del cambio ineludible.
Cuando, al fin, cayó “el muro mexicano”, como expresaron los cotidianos españoles tras la victoria de la coalición del PAN y el Verde –que luego se reacomodaría a su permanente perspectiva oportunista-, sobrevino la incertidumbre acerca de cuáles serían las reacciones de los grupos dominantes, tanto más al sopesar la indiferencia del entonces mandatario electo quien, con gesto de fatiga, pronunció la sentencia más insólita de cuantas he escuchado:
--Vamos a dejar –me dijo Vicente Fox- que las mafias se vayan solos, cuando entiendan que ya no tienen cabida en el México de hoy.
Esto es como si fuera razonable esperar que quienes habían dominado la escena aceptaran ceder el terreno a los adalides del cambio para retirarse, tranquilos, a disfrutar de sus pensiones vitalicias, como se proponen los ex presidentes hasta que les llega la hora de la nostalgia profunda. Aquello era una ingenuidad tremenda y terminó siendo una falacia más. Pese a ello, nadie puede negar que no todo quedó igual. De haber sido así, Francisco Labastida sería hoy el más reciente de los ex mandatarios y no un senador de la República con ansias de vindicación atrapado en el desorbitado sueño de quienes ya no tienen futuro.
En 2000 perdió el PRI pero no cambió el sistema. Aún así los cauces no fueron los mismos aun cuando las resistencias acabaran por copar y anular al depositario del poder Ejecutivo. De hecho, también en 1994 las cosas cambiaron dramáticamente: quien fue señalado como sucesor de Carlos Salinas, en principio, quedó muerto, víctima de una conjura todavía no descubierta del todo y no de un desorbitado tirador solitario, sobre la enlodada plaza de Lomas Taurinas. (Cuando visité el lugar, en mayo de este año, puede entender la sinuosidad de la trama, incluida la torpeza de modificar el minado terreno, transformándole hasta la perspectiva con la pretensión de trocar la historia).
Sí, pasan cosas, aunque no nos adaptemos a ellas y creamos que México es tan resistente que jamás se altera. Tal es sólo el síndrome del fatalismo, tan beneficioso para los manipuladores de siempre, gracias al cual puede aplicarse la infalible medicina del tiempo lista a provocar el sopor de la amnesia colectiva. ¿Vamos a seguir con el juego?
Mirador
Por aquí y por allá van los analistas, obviamente plegados a los intereses oficiales –otro atavismo consiste en considerar serio sólo aquello que deriva del poder público-, expresando su confianza en la vuelta a la normalidad tras la tormenta poselectoral. Asumen que un elevado porcentaje de los mexicanos rechazan las protestas callejeras y por ende reconocen a Felipe Calderón como mandatario legítimo si bien no explican porqué, igualmente, las mismas encuestadoras insisten en que el señor Fox dejó la residencia oficial de Los Pinos con un alto porcentaje de aprobación de la ciudadanía... a pesar de que no tiene quienes lo defiendan tras los descalabros mayúsculos de este complejo año próximo a terminar. No podría ser de otra forma si aceptamos, claro, el proceso de maduración de una sociedad inmersa en su propia paradoja: cada vez está menos contaminada por la ingenuidad si bien concentra en el hastío su resistencia a informarse.
Pero, desde luego, también la comunidad nacional es distinta. En tiempos muy recientes, por ejemplo, no se habría aceptado el fin del mito presidencialista sepultado por el rechazo de un importante sector político que sigue teniendo, aunque se le niegue relevancia, un gran poder de convocatoria. En septiembre, primero, y hace veinticuatro días, después, el símbolo quedó hecho añicos aun cuando la protesta constitucional del nuevo mandatario pudiera efectuarse. La cuestión es cómo lo hizo, rodeado de elementos de seguridad y protegido por una barricada de curules que no lo protegieron de los gritos desaprobatorios ni delas arengas propias de un estadio futbolero. Tampoco pudo substraerse de la escena misma y del hecho de haber ascendido a la Primera Magistratura literalmente a salto de mata, llegando por la retaguardia al recinto del Congreso y saliendo por allí mismo sin la exaltación proverbial a la figura del mandamás como tradicionalmente sucedía; esto es, sin vallas populares ni salutaciones ni guardia ante el monumento a la Independencia. Más bien a hurtadillas, presuroso, bajo sitio militar. Por supuesto, pasan cosas.
Sólo reseñamos hechos, sin el menor afán especulativo aun cuando, por supuesto, la inmensa mayoría de los mexicanos se siente decepcionada de sus dirigentes, sean los panistas triunfalistas, los perredistas obcecados o los priístas chantajistas. Cada partido, cada sector, ha demostrado, finalmente, que no acompaña a la sociedad en su gradual proceso de maduración. Y es éste, a no dudarlo, el mayor de los riesgos latentes contra la estabilidad del país. Porque en México, aunque no lo reconozcan las voces impregnadas de suficiencia, pasan cosas, muchas cosas.
Polémica
Otra cosa son las trampas contra los vanos intentos de cambio estructural. Por ejemplo, las alianzas transexenales que unen a tres, sí, tres ex secretarios de Energía –el mandatario Calderón, Luis Téllez y Jesús Reyes Heroles-, a despecho de filiaciones partidistas y orígenes políticos, en la cruzada por terminar con el “monopolio del Estado” en materia de energéticos sin la menor consideración a las razones históricas, vistas por ellos como meros prejuicios sin sustento en el mundo moderno a pesar de sus confluencias sociales básicas.
Y es que, por supuesto, pasan cosas. ¿Cómo fue que los nuevos panistas comenzaron a actuar como los viejos priístas?¿Cuál fue el punto de identidad entre el llamado viejo régimen y el nuevo bajo la complacencia del poder económico? Las respuestas podrían guiarnos para resolver la coyuntura actual y explicarnos el verdadero sustento de la última paradoja nacional: cuando el cambio devino en la continuidad, su antónimo.
Sólo los ciegos y aquellos que apuestan por el reacomodo permanente pueden percibir que todo permanece igual.
Por las Alcobas
Los temporales sexenales siempre pasan si bien dejan lastres inocultables. Recuerdo la sentencia de mi editor, Rogelio Carvajal Dávila –a quien deseo feliz recuperación de su percance-, luego de una larga conversación con el ex presidente Miguel de la Madrid en abril de 1989:
--Francamente –me dijo-, no entiendo como los edificios siguen en pie y los automóviles circulan con normalidad luego de haber tenido un mandatario como éste.
Ahora, en los estertores de 2006, podemos asimilar la sentencia y actualizarla con la visión del foxismo sometido al escrutinio público mientras se refugia, con todo y la fundación “Vamos México” –con reminiscencias de Evita, la de Argentina y Andrew Lloyd Weber-, en las heredades familiares de San Cristóbal, allá, muy cerquita de donde sembraron panteones las célebres “Poquianchis” a mediados de la centuria anterior.
Siempre pasan cosas aunque pretendamos lo contrario. Y la historia, desde luego, no se detiene. En fin, amables lectores, pasemos, en comunión con seres queridos y nuestro fuero interno, unas felices fiestas navideñas. Un abrazo para todos.
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Web: www.rafaelloretdemola.com
Y vaya si pasa. En febrero de 2000, a cinco meses de distancia de los comicios federales que dieron cauce a la primera alternancia, discutí el mismo punto con un grupo de empresarios reacios a aceptar la idea de una victoria de la oposición a pesar de los múltiples indicios. Esgrimían tan solo un argumento: el “sistema” estaba diseñado para la continuidad de la hegemonía priísta. En nuestro fuero interno también dudábamos analizando antecedentes y circunstancias: en 1988 igualmente percibimos la posibilidad de una derrota nacional del partido del Estado y, al final de cuentas, la transición se dio “institucionalmente” aunque con ella comenzaran los vientos huracanados del cambio ineludible.
Cuando, al fin, cayó “el muro mexicano”, como expresaron los cotidianos españoles tras la victoria de la coalición del PAN y el Verde –que luego se reacomodaría a su permanente perspectiva oportunista-, sobrevino la incertidumbre acerca de cuáles serían las reacciones de los grupos dominantes, tanto más al sopesar la indiferencia del entonces mandatario electo quien, con gesto de fatiga, pronunció la sentencia más insólita de cuantas he escuchado:
--Vamos a dejar –me dijo Vicente Fox- que las mafias se vayan solos, cuando entiendan que ya no tienen cabida en el México de hoy.
Esto es como si fuera razonable esperar que quienes habían dominado la escena aceptaran ceder el terreno a los adalides del cambio para retirarse, tranquilos, a disfrutar de sus pensiones vitalicias, como se proponen los ex presidentes hasta que les llega la hora de la nostalgia profunda. Aquello era una ingenuidad tremenda y terminó siendo una falacia más. Pese a ello, nadie puede negar que no todo quedó igual. De haber sido así, Francisco Labastida sería hoy el más reciente de los ex mandatarios y no un senador de la República con ansias de vindicación atrapado en el desorbitado sueño de quienes ya no tienen futuro.
En 2000 perdió el PRI pero no cambió el sistema. Aún así los cauces no fueron los mismos aun cuando las resistencias acabaran por copar y anular al depositario del poder Ejecutivo. De hecho, también en 1994 las cosas cambiaron dramáticamente: quien fue señalado como sucesor de Carlos Salinas, en principio, quedó muerto, víctima de una conjura todavía no descubierta del todo y no de un desorbitado tirador solitario, sobre la enlodada plaza de Lomas Taurinas. (Cuando visité el lugar, en mayo de este año, puede entender la sinuosidad de la trama, incluida la torpeza de modificar el minado terreno, transformándole hasta la perspectiva con la pretensión de trocar la historia).
Sí, pasan cosas, aunque no nos adaptemos a ellas y creamos que México es tan resistente que jamás se altera. Tal es sólo el síndrome del fatalismo, tan beneficioso para los manipuladores de siempre, gracias al cual puede aplicarse la infalible medicina del tiempo lista a provocar el sopor de la amnesia colectiva. ¿Vamos a seguir con el juego?
Mirador
Por aquí y por allá van los analistas, obviamente plegados a los intereses oficiales –otro atavismo consiste en considerar serio sólo aquello que deriva del poder público-, expresando su confianza en la vuelta a la normalidad tras la tormenta poselectoral. Asumen que un elevado porcentaje de los mexicanos rechazan las protestas callejeras y por ende reconocen a Felipe Calderón como mandatario legítimo si bien no explican porqué, igualmente, las mismas encuestadoras insisten en que el señor Fox dejó la residencia oficial de Los Pinos con un alto porcentaje de aprobación de la ciudadanía... a pesar de que no tiene quienes lo defiendan tras los descalabros mayúsculos de este complejo año próximo a terminar. No podría ser de otra forma si aceptamos, claro, el proceso de maduración de una sociedad inmersa en su propia paradoja: cada vez está menos contaminada por la ingenuidad si bien concentra en el hastío su resistencia a informarse.
Pero, desde luego, también la comunidad nacional es distinta. En tiempos muy recientes, por ejemplo, no se habría aceptado el fin del mito presidencialista sepultado por el rechazo de un importante sector político que sigue teniendo, aunque se le niegue relevancia, un gran poder de convocatoria. En septiembre, primero, y hace veinticuatro días, después, el símbolo quedó hecho añicos aun cuando la protesta constitucional del nuevo mandatario pudiera efectuarse. La cuestión es cómo lo hizo, rodeado de elementos de seguridad y protegido por una barricada de curules que no lo protegieron de los gritos desaprobatorios ni delas arengas propias de un estadio futbolero. Tampoco pudo substraerse de la escena misma y del hecho de haber ascendido a la Primera Magistratura literalmente a salto de mata, llegando por la retaguardia al recinto del Congreso y saliendo por allí mismo sin la exaltación proverbial a la figura del mandamás como tradicionalmente sucedía; esto es, sin vallas populares ni salutaciones ni guardia ante el monumento a la Independencia. Más bien a hurtadillas, presuroso, bajo sitio militar. Por supuesto, pasan cosas.
Sólo reseñamos hechos, sin el menor afán especulativo aun cuando, por supuesto, la inmensa mayoría de los mexicanos se siente decepcionada de sus dirigentes, sean los panistas triunfalistas, los perredistas obcecados o los priístas chantajistas. Cada partido, cada sector, ha demostrado, finalmente, que no acompaña a la sociedad en su gradual proceso de maduración. Y es éste, a no dudarlo, el mayor de los riesgos latentes contra la estabilidad del país. Porque en México, aunque no lo reconozcan las voces impregnadas de suficiencia, pasan cosas, muchas cosas.
Polémica
Otra cosa son las trampas contra los vanos intentos de cambio estructural. Por ejemplo, las alianzas transexenales que unen a tres, sí, tres ex secretarios de Energía –el mandatario Calderón, Luis Téllez y Jesús Reyes Heroles-, a despecho de filiaciones partidistas y orígenes políticos, en la cruzada por terminar con el “monopolio del Estado” en materia de energéticos sin la menor consideración a las razones históricas, vistas por ellos como meros prejuicios sin sustento en el mundo moderno a pesar de sus confluencias sociales básicas.
Y es que, por supuesto, pasan cosas. ¿Cómo fue que los nuevos panistas comenzaron a actuar como los viejos priístas?¿Cuál fue el punto de identidad entre el llamado viejo régimen y el nuevo bajo la complacencia del poder económico? Las respuestas podrían guiarnos para resolver la coyuntura actual y explicarnos el verdadero sustento de la última paradoja nacional: cuando el cambio devino en la continuidad, su antónimo.
Sólo los ciegos y aquellos que apuestan por el reacomodo permanente pueden percibir que todo permanece igual.
Por las Alcobas
Los temporales sexenales siempre pasan si bien dejan lastres inocultables. Recuerdo la sentencia de mi editor, Rogelio Carvajal Dávila –a quien deseo feliz recuperación de su percance-, luego de una larga conversación con el ex presidente Miguel de la Madrid en abril de 1989:
--Francamente –me dijo-, no entiendo como los edificios siguen en pie y los automóviles circulan con normalidad luego de haber tenido un mandatario como éste.
Ahora, en los estertores de 2006, podemos asimilar la sentencia y actualizarla con la visión del foxismo sometido al escrutinio público mientras se refugia, con todo y la fundación “Vamos México” –con reminiscencias de Evita, la de Argentina y Andrew Lloyd Weber-, en las heredades familiares de San Cristóbal, allá, muy cerquita de donde sembraron panteones las célebres “Poquianchis” a mediados de la centuria anterior.
Siempre pasan cosas aunque pretendamos lo contrario. Y la historia, desde luego, no se detiene. En fin, amables lectores, pasemos, en comunión con seres queridos y nuestro fuero interno, unas felices fiestas navideñas. Un abrazo para todos.
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Web: www.rafaelloretdemola.com
!!AMLO Presidente Legítimo de los Mexicanos!!
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