domingo, noviembre 05, 2006

Visión política - Jorge Zepeda Patterson

Aun Presidente que ha hecho de la frase “¿y yo por qué?” su consigna como estadista, la incursión de la PFP en Oaxaca debió parecerle una acción dramática y definitiva.
Unas horas más tarde de iniciado el operativo, Vicente Fox ya declaraba ufano que el asunto estaba resuelto. Toda proporción guardada, me recordó la felicidad de George Bush hace tres años, cuando declaró terminada la guerra de Iraq y festinó la llegada de la democracia al Golfo Pérsico.

Seguramente Fox creyó, como Bush, que los conflictos se resuelven con el desalojo de “los malos” de sus posiciones de poder. Pensó que con la presencia de la fuerza federal en la plaza y las promesas de inversión y combate a la pobreza que vendrían después, los “locales” entrarían en razón. Los rebeldes y los inconformes serían abrumados por los “buenos ciudadanos”, y el orden, el ornato y el progreso se instalarían en Bagdad. Perdón, Oaxaca.

En el caso de Bush no tengo duda que el engaño tiene que ver con la ambición de poder y la mala entraña. En el caso de Fox, me parece que reside en su incomprensión de lo que es un conflicto social y en su capacidad de autoengaño.
Para empezar, el Gobierno federal envió a la PFP como quien manda un cuerpo de cascos azules de la ONU a los Balcanes o a Ruanda. Como si fuese una fuerza expedicionaria y humanitaria que llega a separar a dos grupos rivales que se están desangrando. Como si en el conflicto de Oaxaca no tuviese responsabilidad el propio Gobierno federal, tanto en el origen del problema (reivindicaciones por partidas económicas para el magisterio) y en su alargamiento (entre otras cosas por especulación electoral, primero, y para no lastimar la alianza con el PRI, después).
Desde luego se agradece que a diferencia de Bush, el Gobierno mexicano haya evitado un baño de sangre. Hasta el cierre de este texto, las bajas han sido mínimas aunque los choques han sido intensos. En todo caso, ninguna de las dos partes ha sacado armas de fuego. Los únicos que no tienen inconveniente en usarlas han sido los allegados a Ulises.

Pero más allá de eso, el Gobierno federal entró en Oaxaca sin mucha claridad de los escenarios que seguiría una vez tomada la plaza (otra semejanza con Bagdad, insisto, toda proporción guardada).

A mi juicio cabrían cuatro posibilidades:

Una: La que imaginó Fox y que ya se ha señalado: El problema se resolvería rápidamente con la simple entrada de la fuerza pública.

Dos: La que habrían deseado los estrategas de Gobernación: La PFP como un cuerpo de cascos azules, que detiene los choques sangrientos mientras se gana tiempo para continuar la negociación.

Tres: La de una fuerza de ocupación, a ratos pasiva y a ratos activa, como la norteamericana, que alarga el conflicto sin resolverlo.

Y cuarta, una fuerza de sofocación que combate a los inconformes hasta intentar reducirlos.

Mi pronóstico es que “la ocupación de Oaxaca” fluctuará entre el escenario tres y el cuarto. Que sea una cosa u otra dependerá de la propia resistencia, pero sobre todo del desempeño de Ulises Ruiz. El Gobernador intentará que la PFP se convierta en una fuerza de sofocación que combata al movimiento y conduzca a los líderes a la cárcel. Sabe que la única manera en que puede mantenerse en el poder es mediante la represión total de la APPO.

Voluntaria o involuntariamente, la intervención federal está poniendo en marcha los planes del Gobernador. Ulises Ruiz “obligó” a intervenir a las fuerzas del Centro, luego de la balacera del viernes que dejó como saldo la muerte de varios manifestantes y un reportero norteamericano. Sabía que era la última gota que derramaba el vaso de la repulsa nacional y aseguraba la entrada de la PFP. Pero también sabía que “la ocupación” federal de la plaza lo reinstalaría en el poder.
En cuestión de horas el Gobernador mudó sus oficinas del hotel Nikko en Polanco a la Casa de Gobierno. Pero más importante aún, puso en movimiento a la Policía Judicial y anexos con el espaldarazo del apoyo federal. Los detenidos de la APPO en los operativos de la PFP han sido entregados a la Policía Judicial del Estado de Oaxaca.
Las víctimas en manos de sus victimarios. Los visitadores de los organismos de derechos humanos no han tenido acceso a buena parte de los detenidos, pero ya hay evidencias de abusos y tortura. Por otra parte, continúan los secuestros y desaparición de cuadros del magisterio y de la APPO a manos de comandos clandestinos.

La maquinaria de represión que había instalado el Gobierno estatal ha regresado, pero ahora blindada por la fuerza federal. Basta decir que los asesinos de Bradley Will, captados in fraganti, fueron dejados en libertad horas más tarde. Y gracias a la indignación de la prensa nacional es que fueron recapturados un día después.
Los culpables ni siquiera habían intentado escapar, sabedores de que su crimen quedaría impune (como el de muchos otros a lo largo de dos años). Si eso fue por un delito que indignó a Washington; podemos imaginarnos la posibilidad de justicia que tendría una víctima oaxaqueña.

En resumen, mientras el Gobierno federal juega a los cascos azules, Ulises Ruiz hace lo necesario para que la PFP se convierta en una fuerza de ocupación, de sofocación y de reinstalación de su poder. Con francotiradores y provocadores no le costará trabajo que la PFP tenga que radicalizarse en contra de los manifestantes.
Imponer el “Estado de Derecho” en Oaxaca sin atender la injusticia, es reinstalar la ley de Ulises Ruiz, la de sus tribunales y sus policías. El gobierno de Fox terminó siendo rehén de los Emilio Gamboa, los Mario Marín de Puebla y los Ulises Ruiz de Oaxaca. Las tepocatas y alimañas que había jurado echar del poder.

Jorge Zepeda Patterson es economista y sociólogo/director de la revista Día Siete.
www.jorgezepeda.net
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