*Complicidad, la Pauta
*Las Huellas Olvidadas
Desde 2000, cuanto tanto se cacareó la llegada del cambio y el imperativo de suprimir la añeja corrupción que “asfixiaba” al sistema político mexicano, ningún paso firme se ha dado para destrabar uno de los mayores lastres de la clase gobernante: las confabulaciones criminales de una historia plagada de claroscuros, contradicciones y vendettas jamás aclaradas. Si la solvencia de una nación surge de la reciedumbre de su pasado, ¿no es hora ya de terminar, de una vez por todas, con los tabúes, prejuicios y lagunas de la memoria colectiva siquiera para conocer el terreno que pisamos y no caer en los mismos vicios ni tropezar con las mismas piedras?
En el monumento a la Revolución, escenografía frecuente para exaltar una ideología traicionada, yacen, frente a frente, enemigos irreconciliables y peor todavía, sospechosos de haber sido responsables de la muerte del adversario en plena exaltación de los caudillismos y la pretendida edificación de la estabilidad mediando la formula de suprimir los “peligros”, incluyendo los rivales con capacidad operativa, visos como elementos perniciosos cuya ambición podía desatar una lucha cruenta por el poder. Así lo observaban, claro, quienes mantenían el dominio político y se identificaban, por tanto, como engendros intocables de la patria misma. Quien alzaba la mano contra ellos debía ser visto como un traidor a México.
Basta dar seguimiento a la filosofía registrada líneas arriba para explicarnos la confluencia de los atávicos humos de la suficiencia hacia los escenarios actuales en donde, igual como ayer, quienes detentan el poder ven “peligros” en todos aquellos que se los disputan registrando tales intenciones como perversidades sin cuento llamadas a trastornar la tranquilidad colectiva por efecto de las ambiciones personales. Los garantes de la paz, claro, son quienes se pretenden redentores y ejercen el poder minando a sus contrapesos. No hay gran diferencia entre los hechos pretéritos y el presente convulsionado por los ejercicios facciosos.
Tras el éxito panista de 2000 cabía esperar, como prioridad insoslayable, una profunda revisión histórica para terminar con la mitología armada al gusto de la hegemonía priísta aun plagada de contradicciones severas. Sobre todo porque sólo así podría confirmarse la buena nueva del cambio más allá de los eslogans destinados a inducir a los desinformados. Fue entonces cuando se creó la fiscalía especial –una más, inútil como sus paralelas-, para conocer, aclarar y perseguir los crímenes del pasado. Seis años sólo sirvieron para concentrar afanes en los sucesos deplorables de Tlatelolco y exaltar la persecución al anciano Echeverría con ribetes de chantaje para mantener en la raya al priísmo negociador. Sólo eso como resultado de un compromiso que podría haber sido un verdadero parteaguas en la vida nacional.
Desde luego, hay muchos otros personajes involucrados en sucesos deplorables, más cercanos al genocidio de la Plaza de las Tres Culturas, que no tienen ochenta y seis años pero sí una larga cola que exhibe, por sí, las dimensiones de la colusión y la persistencia de la impunidad como supuesto factor estabilizador: se dice que al no tocar a los grandes personajes se evita causar trastornos escandalosos que podrían frenar la buena marcha de la nación.
Sólo que en aquellos países en donde se ha aplicado la justicia por encima de los torpes prejuicios, el saneamiento ha sido, casi siempre, efectivo y saludable. Mientras, en México seguimos arrastrando al presidencialismo como símbolo insondable.
Debate
Pobres han sido las indagatorias realizadas sobre sucesos que marcaron la vida nacional en épocas recientes. Por ejemplo, los asesinatos contra más de setenta periodistas durante la administración de Miguel de la Madrid, protector de los grandes cárteles que se desarrollaron a partir de entonces. ¿Y qué decir de los crímenes políticos que enturbiaron la perspectiva nacional en 1994?¿Y el asesinato del Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, un año antes, que ni siquiera mereció, por conveniencia circunstancial, la atención consiguiente presión del Vaticano? Más recientemente, algunas sospechosas muertes relacionadas con el círculo afectivo de Vicente Fox, como la de quien fue uno de sus grandes amigos, José Luis González “la calaca”, fallecido en un extraño “accidente” en Valle de Bravo –calca de otros más que han servido para poner el finiquito sobre grandes personajes públicos, incluyendo el emblemático Manuel Clouthier del Rincón-, podrían indicar el tamaño de las
intrigas palaciegas y la dimensión de las cortinas de humo.
Pues bien, todo ello forma parte de los grandes pendientes que ya no pueden seguir siendo soslayados para, supuestamente, “mirar hacia el futuro” sin los lastres del pasado. Así piensan no pocos falsos adalides del “cambio” que pretenden zanjar las controversias sencillamente ignorándolas por comodidad y conveniencia. No olvido, por ejemplo, una sentencia de Rodolfo Echeverría Ruiz, sobrino del ex mandatario acusado por cuanto sucedió en 1968 y 1971:
--¿Dos de octubre no se olvida? –preguntó con un dejo de sorna-. Mejor que se olvide para construir el mañana sin rencores. Los chinos, por ejemplo, no andan diciendo “Tianamenn no se olvida”; sencillamente superaron el trance y se pusieron a trabajar.
Una tesis magnífica que puede servir, muy requetebién, para asegurar la permanencia de las grandes complicidades, despreocupadas respecto a los antecedentes porque, al arribo de cada sexenio, se postula el “borrón y cuenta nueva”. Gracias a ello, Emilio Gamboa es coordinador de los priístas en San Lázaro y espléndido negociador político; y Manuel Bartlett se da el gusto de denunciar al flamante titular de la Función Pública, Germán Martínez Cázares por haber “insinuado” que el intocable ex gobernador de Puebla está relacionado con el asesinato del columnista Manuel Buendía en mayo de 1984. Y, desde luego, lo está si nos basamos en la declaración ministerial de Juan Antonio Zorrilla, señalado como autor intelectual del homicidio, en donde se menciona al ex secretario de Gobernación como fuente de las órdenes respectivas.
El Reto
No puede intentarse la reconciliación nacional en una sociedad ahogada por las afrentas del poder, la mayor de ellas, sin duda, el sostenimiento de algunos de los más tortuosos personajes de la vida nacional en los cuadros relevantes. Como no hay revisión histórica cualquiera navega con el viento pródigo de la amnesia colectiva. Y todos pueden, entonces, reacomodarse.
Fíjense las dimensiones del absurdo: Martínez Cázares, exaltado como el gran fiscal contra la corrupción, ha optado por eludir las denuncias del tortuoso Bartlett negándose incluso a recibir los citatorios para el proceso; en su domicilio fiscal incluso se alega que no lo conocen ni saben donde está... ¡cuando ya despacha en un ministerio como titular del mismo y con la bendición de Felipe Calderón! De esta manera, ¿cómo puede establecerse quien sustenta la razón si uno es olvidado, en apariencia, y el otro protegido por el mismo sistema?
De allí la urgencia de realizar una revisión histórica a fondo con una sola condición: que sea ajena a los usos facciosos del poder. De otra manera caeríamos en otro abismo.
La Anécdota
Me llega un expediente confidencial que plantea similitudes en los casos de Manuel Buendía y Anna Stepánova Politkóvskaya, la periodista crítica del presidente ruso, Vladimir Putin, recientemente asesinada. El informe parte de una de las severas interrogantes que formuló Ángel Buendía, hermano de Manuel, en su obra testimonial:
--¿Por qué en Estados Unidos aún sigue siendo el caso Manuel Buendía un secreto de estado y asunto de seguridad nacional?
La cuestión sigue sin respuesta y de allí surgen las versiones sobre la posibilidad de quien fue un alto funcionario del gobierno de Washington durante el periodo presidencial de Ronald Reagan, pudiera ser el gran autor intelectual del asesinato. ¿El móvil? Acaso, como ocurrió con la escritora rusa, el haber descubierto la vinculación de las mafias con los aparatos policíacos... de los Estados Unidos, concretamente la CIA, una de las obsesiones de Don Manuel.
¿No merece la pena retomar el caso siquiera para no dejar que los perversos se rían de todos nosotros? Abundaremos.
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Web: www.rafaelloretdemola.com
En el monumento a la Revolución, escenografía frecuente para exaltar una ideología traicionada, yacen, frente a frente, enemigos irreconciliables y peor todavía, sospechosos de haber sido responsables de la muerte del adversario en plena exaltación de los caudillismos y la pretendida edificación de la estabilidad mediando la formula de suprimir los “peligros”, incluyendo los rivales con capacidad operativa, visos como elementos perniciosos cuya ambición podía desatar una lucha cruenta por el poder. Así lo observaban, claro, quienes mantenían el dominio político y se identificaban, por tanto, como engendros intocables de la patria misma. Quien alzaba la mano contra ellos debía ser visto como un traidor a México.
Basta dar seguimiento a la filosofía registrada líneas arriba para explicarnos la confluencia de los atávicos humos de la suficiencia hacia los escenarios actuales en donde, igual como ayer, quienes detentan el poder ven “peligros” en todos aquellos que se los disputan registrando tales intenciones como perversidades sin cuento llamadas a trastornar la tranquilidad colectiva por efecto de las ambiciones personales. Los garantes de la paz, claro, son quienes se pretenden redentores y ejercen el poder minando a sus contrapesos. No hay gran diferencia entre los hechos pretéritos y el presente convulsionado por los ejercicios facciosos.
Tras el éxito panista de 2000 cabía esperar, como prioridad insoslayable, una profunda revisión histórica para terminar con la mitología armada al gusto de la hegemonía priísta aun plagada de contradicciones severas. Sobre todo porque sólo así podría confirmarse la buena nueva del cambio más allá de los eslogans destinados a inducir a los desinformados. Fue entonces cuando se creó la fiscalía especial –una más, inútil como sus paralelas-, para conocer, aclarar y perseguir los crímenes del pasado. Seis años sólo sirvieron para concentrar afanes en los sucesos deplorables de Tlatelolco y exaltar la persecución al anciano Echeverría con ribetes de chantaje para mantener en la raya al priísmo negociador. Sólo eso como resultado de un compromiso que podría haber sido un verdadero parteaguas en la vida nacional.
Desde luego, hay muchos otros personajes involucrados en sucesos deplorables, más cercanos al genocidio de la Plaza de las Tres Culturas, que no tienen ochenta y seis años pero sí una larga cola que exhibe, por sí, las dimensiones de la colusión y la persistencia de la impunidad como supuesto factor estabilizador: se dice que al no tocar a los grandes personajes se evita causar trastornos escandalosos que podrían frenar la buena marcha de la nación.
Sólo que en aquellos países en donde se ha aplicado la justicia por encima de los torpes prejuicios, el saneamiento ha sido, casi siempre, efectivo y saludable. Mientras, en México seguimos arrastrando al presidencialismo como símbolo insondable.
Debate
Pobres han sido las indagatorias realizadas sobre sucesos que marcaron la vida nacional en épocas recientes. Por ejemplo, los asesinatos contra más de setenta periodistas durante la administración de Miguel de la Madrid, protector de los grandes cárteles que se desarrollaron a partir de entonces. ¿Y qué decir de los crímenes políticos que enturbiaron la perspectiva nacional en 1994?¿Y el asesinato del Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, un año antes, que ni siquiera mereció, por conveniencia circunstancial, la atención consiguiente presión del Vaticano? Más recientemente, algunas sospechosas muertes relacionadas con el círculo afectivo de Vicente Fox, como la de quien fue uno de sus grandes amigos, José Luis González “la calaca”, fallecido en un extraño “accidente” en Valle de Bravo –calca de otros más que han servido para poner el finiquito sobre grandes personajes públicos, incluyendo el emblemático Manuel Clouthier del Rincón-, podrían indicar el tamaño de las
intrigas palaciegas y la dimensión de las cortinas de humo.
Pues bien, todo ello forma parte de los grandes pendientes que ya no pueden seguir siendo soslayados para, supuestamente, “mirar hacia el futuro” sin los lastres del pasado. Así piensan no pocos falsos adalides del “cambio” que pretenden zanjar las controversias sencillamente ignorándolas por comodidad y conveniencia. No olvido, por ejemplo, una sentencia de Rodolfo Echeverría Ruiz, sobrino del ex mandatario acusado por cuanto sucedió en 1968 y 1971:
--¿Dos de octubre no se olvida? –preguntó con un dejo de sorna-. Mejor que se olvide para construir el mañana sin rencores. Los chinos, por ejemplo, no andan diciendo “Tianamenn no se olvida”; sencillamente superaron el trance y se pusieron a trabajar.
Una tesis magnífica que puede servir, muy requetebién, para asegurar la permanencia de las grandes complicidades, despreocupadas respecto a los antecedentes porque, al arribo de cada sexenio, se postula el “borrón y cuenta nueva”. Gracias a ello, Emilio Gamboa es coordinador de los priístas en San Lázaro y espléndido negociador político; y Manuel Bartlett se da el gusto de denunciar al flamante titular de la Función Pública, Germán Martínez Cázares por haber “insinuado” que el intocable ex gobernador de Puebla está relacionado con el asesinato del columnista Manuel Buendía en mayo de 1984. Y, desde luego, lo está si nos basamos en la declaración ministerial de Juan Antonio Zorrilla, señalado como autor intelectual del homicidio, en donde se menciona al ex secretario de Gobernación como fuente de las órdenes respectivas.
El Reto
No puede intentarse la reconciliación nacional en una sociedad ahogada por las afrentas del poder, la mayor de ellas, sin duda, el sostenimiento de algunos de los más tortuosos personajes de la vida nacional en los cuadros relevantes. Como no hay revisión histórica cualquiera navega con el viento pródigo de la amnesia colectiva. Y todos pueden, entonces, reacomodarse.
Fíjense las dimensiones del absurdo: Martínez Cázares, exaltado como el gran fiscal contra la corrupción, ha optado por eludir las denuncias del tortuoso Bartlett negándose incluso a recibir los citatorios para el proceso; en su domicilio fiscal incluso se alega que no lo conocen ni saben donde está... ¡cuando ya despacha en un ministerio como titular del mismo y con la bendición de Felipe Calderón! De esta manera, ¿cómo puede establecerse quien sustenta la razón si uno es olvidado, en apariencia, y el otro protegido por el mismo sistema?
De allí la urgencia de realizar una revisión histórica a fondo con una sola condición: que sea ajena a los usos facciosos del poder. De otra manera caeríamos en otro abismo.
La Anécdota
Me llega un expediente confidencial que plantea similitudes en los casos de Manuel Buendía y Anna Stepánova Politkóvskaya, la periodista crítica del presidente ruso, Vladimir Putin, recientemente asesinada. El informe parte de una de las severas interrogantes que formuló Ángel Buendía, hermano de Manuel, en su obra testimonial:
--¿Por qué en Estados Unidos aún sigue siendo el caso Manuel Buendía un secreto de estado y asunto de seguridad nacional?
La cuestión sigue sin respuesta y de allí surgen las versiones sobre la posibilidad de quien fue un alto funcionario del gobierno de Washington durante el periodo presidencial de Ronald Reagan, pudiera ser el gran autor intelectual del asesinato. ¿El móvil? Acaso, como ocurrió con la escritora rusa, el haber descubierto la vinculación de las mafias con los aparatos policíacos... de los Estados Unidos, concretamente la CIA, una de las obsesiones de Don Manuel.
¿No merece la pena retomar el caso siquiera para no dejar que los perversos se rían de todos nosotros? Abundaremos.
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Web: www.rafaelloretdemola.com
!!AMLO Presidente Legítimo de los Mexicanos!!
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