miércoles, diciembre 20, 2006

EDUCACIÓN DE CALIDAD.

Gracias a la Profra. Patricia Romana Barcenas por compartir con nosotros su nota:


¿Calidad de la educación o calidad en los conocimientos?

Esta pregunta, que pocos nos habíamos hecho, quedó aclarada por el Profr. Antonio Padilla Arroyo, investigador del Centro de Estudios Universitarios de la UAEM, a través de un maravilloso ensayo publicado por la Revista “EDUCATIVA” (No. 10) del Estado de México.

Es muy satisfactorio comprobar que no es indispensable salir del país y cursar estudios de posgrado en prestigiadas universidades de Estados Unidos o de Europa para tener una clara visión de lo que implica la “calidad educativa” con la que, por cierto, nos han menospreciado internacionalmente por el bajo puntaje que obtuvimos en la evaluación realizada hace poco en
México.

Personalmente no tengo la suerte de conocer al maestro Padilla, sin embargo, creo poder imaginarlo al leer su texto. Una persona comprometida con el país y, sobre todo, con los mexicanos. Voy a transcribir a continuación algunos párrafos del ensayo mencionado para referirme después a la luz que nos da, tanto a maestros como a padres y alumnos, la visión de este maestro mexicano.

“La calidad de la educación está asociada, o debiera estarlo, a la importancia de los conocimientos que se crean, se distribuyen y se difunden en una sociedad mediante las instituciones sociales y educativas, desde la familia hasta las universidades.

“En este sentido, la calidad de los conocimientos está enormemente influida por los actores sociales que tienen la capacidad de “decidir” y “determinar” cuáles de ellos son útiles y necesarios. Se trata de una selección que se apoya en juicios de valor, de una elección ética que implica la adopción y aplicación de una o varias concepciones del hombre, la sociedad y la naturaleza, de las relaciones que se establecen entre sí; de diversas formas de construir el conocimiento y de su empleo para ponerlo al servicio de la condición humana”.

Con esto nos queda claro que los conocimientos que ha de impartir a sus habitantes el aparato educativo (llámese familia, escuela o sociedad) serán de calidad en tanto estén íntimamente ligados a la concepción del hombre y sus necesidades materiales y espirituales, definida por la cultura a la que pertenecen. Por lo tanto, válidos para ellos y su particular ritmo de desarrollo. Obviamente, sin dejar a un lado los avances tecnológicos que impone la globalización, pero, considerando en primer término que la calidad de los conocimientos sólo podrá demostrarse en la medida que éstos contribuyan a la resolución de las carencias y necesidades de los individuos y de los grupos sociales mayoritarios.

De aquí que México haya obtenido un bajo nivel en su calidad educativa, pues los parámetros con los que fue medida, no corresponden a su concepción de hombre y sus necesidades.

En el concierto universal de la globalización, la enseñanza en nuestro país apenas alcanza a competir con habilidades y destrezas manuales. Pero en el sentido ético tiene mucho más que ofrecer porque si bien la clase obrera y campesina (que son la mayoría) desconoce la tecnología de punta y los sitios web, lo otro, que sí conoce, lo pone al servicio de su comunidad. El conocimiento adquirido en la práctica de artes y oficios lo aplica de inmediato en la resolución de los problemas “urgentes” para combatir la miseria. Esto habla de cierta calidad del conocimiento, que no fue considerada en la pasada evaluación. La calidad de compartir y divulgar la experiencia para que sirva a los demás.

Dice el maestro Padilla:

“El conocimiento no puede ser de calidad si se orienta a un vaciamiento social; a la renuncia a comprender la complejidad de la realidad humana y al compromiso ético de mitigar, por lo menos en la parte que nos corresponde, la miseria humana. La inteligencia, el pensamiento, la pasión, la democracia y la verdad son los valores éticos que elevan la calidad de la enseñanza y de los conocimiento”.

“Las nuevas tecnologías educativas están transformándose rápidamente. Es indispensable no quedar al margen de ellas, lo cual sería un grave contrasentido. Pero es necesaria una apropiación que requiere pensar en los “fines sociales” que pueden alcanzarse con ellas, y no adoptarlas por simple imitación; organizarlas en función de la difusión del conocimiento científico, técnico, artístico y humanístico que cubra al mayor número de habitantes de nuestro país.

“No podemos permanecer inmóviles en espera de que la realidad virtual, que producen las inteligencias artificiales, el tecnoarte, la nonotecnología, etc. oscurezcan o borren las razas, las clases sociales y las historias por el solo efecto de la “comunicación o la interconexión en el ciberespacio; sino el reconocimiento de éstas para difundir la solidaridad, el respeto, la tolerancia y la pluralidad. En suma, poner la técnica al servicio de la inteligencia y la emoción como nos enseña la actividad artística”.

Resulta muy grato escuchar estas palabras llenas de sabiduría, porque en la práctica nos encontramos diariamente con esa idolatría por los avances tecnológicos que puestos en las manos de alumnos sin criterio, sin un conocimiento mínimo sobre la historia de México y la filosofía se vuelven armas contra su formación humanística. He recibido trabajos de alumnos que
conocen la forma de entrar a Internet y bajar cualquier tipo de información que, tras ser encontrada y no leída, los alumnos imprimen para presentar trabajos con una excelente apariencia, pero sin haber comprendido el contenido ni el objetivo de la tarea. Esto los aleja poco a poco de los libros, de las bibliotecas y de las enciclopedias donde se encuentra la gran aventura de la humanidad. Obtener una información aislada evita su ubicación en el contexto en que fue formulada, restando así la posibilidad de que se comprenda la razón de su contenido. Existen instituciones que han sustituido un reglamento básico de civilidad por una lista de accesorios “indispensables” para aceptar a sus alumnos (consistente en: Lap-top, calculadora científica, agenda electrónica, quemador de discos, etc.). Por supuesto, a esto habrá que agregar un teléfono celular, un automóvil y una tarjeta (junior) de crédito para cubrir las emergencias de su educación de calidad. Desafortunadamente no son pocos los padres de familia que hacen un enorme esfuerzo por tener a sus hijos en estas instituciones a las que ven como una inversión puesto que al salir de ellas los hijos tienen acceso a empleos que ofrece la banca, las trasnacionales o los gobiernos estatales y federal (donde se inscribe: “Inútil acudir egresados de la UNAM”). Yo no culpo a los jóvenes de tener esas aspiraciones, es lo que se vende a través de los medios masivos de comunicación. Por eso los maestros estamos obligados a hacer la contraparte, a infundir en nuestros alumnos los valores perdidos, a fomentar el trabajo colectivo, la participación oral en las clases, la lectura conjunta para rescatar grandes enseñanzas de vida; de fondo y no de forma.

Por otra parte, mientras las instituciones privadas ofrecen esta calidad educativa, las escuelas y universidades públicas no pueden cubrir la demanda que requiere el país, no digamos con este tipo de calidad sino en la cobertura. Miles de jóvenes son rechazados del nivel medio y superior, no por su bajo nivel educativo como nos lo han hecho creer simplemente porque no se ha creado la política adecuada para cubrir la demanda. Al respecto el maestro Padilla dice:

“En la práctica, el discurso de la calidad de la educación ha servido para justificar una política de exclusión de importantes sectores de la sociedad mexicana, dejando de lado una de las discusiones más trascendentes, es decir la calidad de los conocimientos.

“Ya grave resulta por sí misma la política de exclusión, pero más seria es la desigualdad creciente en el goce y disfrute de bienes y servicios culturales por sus consecuencias devastadoras para generaciones futuras. Es indispensable buscar estrategias sociales y educativas que permitan contrarrestar los efectos de la política de exclusión en materia educativa; de garantizar el acceso a un número mayor de jóvenes a la educación superior, en particular a las universidades. Esto no pretende seguir alentando expectativas “falsas” entre los jóvenes, de mejoramiento social por vías de la meritocracia académica, sino de ofrecer el acceso al conocimiento universal con lo que ello implica”.

Para concretar y aprovechar estas ideas conviene que los maestros tomemos el papel que nos corresponde dentro de la sociedad. Hacer la lectura de lo que la política educativa del gobierno pretende en realidad, y tomar una actitud responsable de acuerdo a nuestras convicciones. No es difícil transmitir esto a los padres, a los alumnos y la comunidad, menos aún en la situación en la que actualmente se encuentran muchas familias al no poder resolver económicamente la educación de sus hijos. Elaborar un proyecto de vida ajeno a nuestras posibilidades nos produce frustración, pero si logramos que el disfrute de los bienes culturales acumulados por la humanidad llegue a un número creciente de jóvenes evitaremos el desconcierto y, por qué no, la
desolación en un mundo ficticio al que tal vez no conviene pertenecer.

Se me ocurre por principio la lectura orientada, la difusión de nuestra historia y nuestras costumbres, de nuestra forma de vida familiar, del respeto a la naturaleza y el disfrute del arte en cualquiera de sus manifestaciones. Se me ocurre el diálogo, donde el intercambio de ideas sea
el objetivo principal...Tomar en cuenta el punto de vista de los demás y enriquecernos con él, para que un día con el mismo respeto los demás se enriquezcan con nuestra forma se ser y de pensar.



Profa. Patricia Romana Bárcena Molina.

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