I
Los legisladores --senadores y diputados-- del Partido (de) Acción Nacional le han ofrecido al mundo la mejor definición de la crisis de poder y la sociedad, a nuestro ver severísima, que estruja a México.
Cierto. Esos legisladores exhibieron intolerancia al tratar de detener físicamente, mediante golpes, empujones, insultos y uso de gas pimienta y evitar que los diputados perredistas tomasen la tribuna.
Pero los panistas no lograron detener a los diputados del Partido de la Revolución Democrática y, junto con éstos, también se aposentaron en la tribuna, la cual comparten.
La toma estaba prevista y los panistas vigilaban a los perredistas, tratando de anticiparse a la acción de aquellos y abortarla. Ello dio origen al zipizape en el recinto legislativo.
El episodio no deja de ser un incidente de pintoresquismo como expresión de la cultura política, pero su importancia reside en que es un indicador del estado de cosas.
Así es. Es un indicador sintomático --y, si se quiere, tiene el equivalente a un síndrome-- de una situación explosiva que hace suponer, en el exterior, que estamos al borde de la guerra civil.
Y que ésta ya se ha desatado y que, como consecuencia, los mexicanos estamos empeñados en librar una guerra fratricida como expresión inevitable de un proceso revolucionario.
Empero, esa percepción que prevalece a extramuros de México --particularmente en Estados Unidos, Europa y la América indo, afro e ibérica-- no se nos antoja errónea o equívoca o distorsionada. No.
II
La susodicha percepción externa, por otra parte, retroalimenta el sentir y el parecer general a intramuros --dentro de México-- y se convierte en convicción de que ya estamos en guerra civil.
Esa convicción, si lo discernimos objetivamente, no está muy alejada de la realidad, aunque con modalidades determinadas por las mismas condiciones sociopolíticas y socioeconómicas del país.
Las imágenes de la violencia entre legisladores --los diputados panistas solicitaron la ayuda de los senadores del mismo partido-- vistas dentro y fuera de México nos remiten a sus causas.
Y las causas --los mexicanos lo sabemos bien-- devienen de las irregularidades en las que incurrió el gobierno que preside Vicente Fox en la elección para hacer que las ganase Felipe Calderón.
Tan grueso cúmulo de irregularidades electorales mueve a sospecha fundamentada de un patrón de conducta del gobierno que, a su vez, sugiere la comisión presunta de un fraude.
De hecho, el propio Tribunal Electoral así lo reconoció. Registró las irregularidades comiciales y la intervención delictiva del gobierno y del Presidente de la República para influir en la elección.
Sin embargo, absurdamente, el Tribunal optó por desestimar esa comisión presunta de un fraude y se opuso terminantemente a un recuento de votos para transparentar el desenlace comicial.
Se rechazó, pues, contar voto por voto, como exigía la ciudadanía, para disipar todas las dudas acerca del desenlace y que el triunfador fuere ungido sin cuestionamientos ni sospechas.
III
El Tribunal Electoral argumentó la tesis del mal menor, el de validar la elección en vez de invalidarla y anularla y crear las condiciones legales para realizar nuevos comicios.
Así, el señor Calderón fue declarado Presidente Electo bajo esa premisa aberrante de ser el mal menor, preferible al "mal mayor" que sería, según el Tribunal, anular la elección.
Ese argumento de los magistrados del Tribunal pretendía, pensamos que por ingenuidad de éstos y no por complicidad premeditada y aviesa, evitar una crisis y un desgaste del sistema político.
Mas lo que los magistrados no vieron, miopemente, es que la crisis ya existía. Esa crisis del poder, del sistema político --la forma de organización y sus premisas-- y, agregaríamos, de la misma sociedad.
De esa guisa, al intentar, irrealmente, evitar una crisis --que, reitérese, ya existía--, los magistrados aceleraron ésta y aumentaron la magnitud del desgaste. Hoy parece que no hay punto de retorno.
Esta exégesis nos conduce a la percepción generalizada, aquí y acullá, de que estamos en una guerra fraticida --en el contexto de un proceso revolucionario-- y el origen causativo de ésta.
Las causales del origen de esta crisis no son, obviamente, que no se haya recontado cada voto y eliminar dudas acerca de la asepsia e imparcialidad de la elección. Este escamoteo fue sólo el detonante.
Ello muéstrase como verismo incontrovertible e insoslayable. El fratricidio entre mexicanos pronostícase inexorable, por inevitable y, en la práctica, ya está ocurriendo. Oaxaca nos lo confirma.
ffernandezp@diariolibertad.org.mx
faustofeles1@yahoo.com.mx
http.//www.diariolibertad.org.mx
http://elgritodelpueblo.blogspot.com o blogotitlan.com
Los legisladores --senadores y diputados-- del Partido (de) Acción Nacional le han ofrecido al mundo la mejor definición de la crisis de poder y la sociedad, a nuestro ver severísima, que estruja a México.
Cierto. Esos legisladores exhibieron intolerancia al tratar de detener físicamente, mediante golpes, empujones, insultos y uso de gas pimienta y evitar que los diputados perredistas tomasen la tribuna.
Pero los panistas no lograron detener a los diputados del Partido de la Revolución Democrática y, junto con éstos, también se aposentaron en la tribuna, la cual comparten.
La toma estaba prevista y los panistas vigilaban a los perredistas, tratando de anticiparse a la acción de aquellos y abortarla. Ello dio origen al zipizape en el recinto legislativo.
El episodio no deja de ser un incidente de pintoresquismo como expresión de la cultura política, pero su importancia reside en que es un indicador del estado de cosas.
Así es. Es un indicador sintomático --y, si se quiere, tiene el equivalente a un síndrome-- de una situación explosiva que hace suponer, en el exterior, que estamos al borde de la guerra civil.
Y que ésta ya se ha desatado y que, como consecuencia, los mexicanos estamos empeñados en librar una guerra fratricida como expresión inevitable de un proceso revolucionario.
Empero, esa percepción que prevalece a extramuros de México --particularmente en Estados Unidos, Europa y la América indo, afro e ibérica-- no se nos antoja errónea o equívoca o distorsionada. No.
II
La susodicha percepción externa, por otra parte, retroalimenta el sentir y el parecer general a intramuros --dentro de México-- y se convierte en convicción de que ya estamos en guerra civil.
Esa convicción, si lo discernimos objetivamente, no está muy alejada de la realidad, aunque con modalidades determinadas por las mismas condiciones sociopolíticas y socioeconómicas del país.
Las imágenes de la violencia entre legisladores --los diputados panistas solicitaron la ayuda de los senadores del mismo partido-- vistas dentro y fuera de México nos remiten a sus causas.
Y las causas --los mexicanos lo sabemos bien-- devienen de las irregularidades en las que incurrió el gobierno que preside Vicente Fox en la elección para hacer que las ganase Felipe Calderón.
Tan grueso cúmulo de irregularidades electorales mueve a sospecha fundamentada de un patrón de conducta del gobierno que, a su vez, sugiere la comisión presunta de un fraude.
De hecho, el propio Tribunal Electoral así lo reconoció. Registró las irregularidades comiciales y la intervención delictiva del gobierno y del Presidente de la República para influir en la elección.
Sin embargo, absurdamente, el Tribunal optó por desestimar esa comisión presunta de un fraude y se opuso terminantemente a un recuento de votos para transparentar el desenlace comicial.
Se rechazó, pues, contar voto por voto, como exigía la ciudadanía, para disipar todas las dudas acerca del desenlace y que el triunfador fuere ungido sin cuestionamientos ni sospechas.
III
El Tribunal Electoral argumentó la tesis del mal menor, el de validar la elección en vez de invalidarla y anularla y crear las condiciones legales para realizar nuevos comicios.
Así, el señor Calderón fue declarado Presidente Electo bajo esa premisa aberrante de ser el mal menor, preferible al "mal mayor" que sería, según el Tribunal, anular la elección.
Ese argumento de los magistrados del Tribunal pretendía, pensamos que por ingenuidad de éstos y no por complicidad premeditada y aviesa, evitar una crisis y un desgaste del sistema político.
Mas lo que los magistrados no vieron, miopemente, es que la crisis ya existía. Esa crisis del poder, del sistema político --la forma de organización y sus premisas-- y, agregaríamos, de la misma sociedad.
De esa guisa, al intentar, irrealmente, evitar una crisis --que, reitérese, ya existía--, los magistrados aceleraron ésta y aumentaron la magnitud del desgaste. Hoy parece que no hay punto de retorno.
Esta exégesis nos conduce a la percepción generalizada, aquí y acullá, de que estamos en una guerra fraticida --en el contexto de un proceso revolucionario-- y el origen causativo de ésta.
Las causales del origen de esta crisis no son, obviamente, que no se haya recontado cada voto y eliminar dudas acerca de la asepsia e imparcialidad de la elección. Este escamoteo fue sólo el detonante.
Ello muéstrase como verismo incontrovertible e insoslayable. El fratricidio entre mexicanos pronostícase inexorable, por inevitable y, en la práctica, ya está ocurriendo. Oaxaca nos lo confirma.
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Glosario:
Aviesa: mala o de malas inclinaciones, desviado o torcido.
Fratricida: que mata a un hermano.
Ungido: referido a una persona que recibe un cargo o investidura.
!!Todos desde hoy por la noche al Zócalo de Cd. de México!!
!!AMLO Presidente Legítimo de los Mexicanos!!
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