miércoles, noviembre 29, 2006

El merolico; Adiós para siempre, adiós

El Resistente Supremo nos manda lo siguiente:


El merolico
Juan Antonio Isla Estrada


Junto con su amigo y ayudante, un sonriente y cínico
descendiente de italianos, el merolico le dio dos
vueltas al mundo vendiendo su pócima (un jarabe oscuro
y dulzón que según la perorata del parlanchín era
capaz de quitar un dolor de muelas, estimular a los
deprimidos, aparecer a los desaparecidos, enderezar
los labios a los "cuchos" y hacer caminar a los
tullidos) hasta el día en que se le ocurrió que
también servía para imaginar la democracia.

El día que llegó al pueblo, llamó la atención de
inmediato por su disfraz, sus botas de charol, sus
grandes mostachos, pero especialmente por el discurso
en el que hilvanaba frases rotundas para persuadir
sobre las bondades de su producto.

La gente se maravilló al principio. El hablantín usaba
una gran cantidad de frases chistosas, pobladas de
alimañas rastreras, para deshonrar a sus posibles
competidores. En su diatriba acompañaba a las palabras
con el movimiento incesante de unas manazas enormes, y
en sus ojos bailaban las pupilas como saliéndose de su
órbita. Mientras tanto, una ardilla amaestrada recogía
los óbolos de los incautos hipnotizados por la labia
contumaz.

El público llenaba las plazas atraído por los remedios
que pregonaba el parlanchín. Su fama creció en toda la
comarca, y la expectación que producía su visita era
comparable con la del circo de grandes carpas que cada
tres años de manera puntual embelesaba al pueblo con
elásticos contorsionistas, domadores, extrañas
bestias, payasos e ilusionistas.

Eso fue al principio. Luego el charlatán fue
desencantando a su audiencia. El elixir que ofrecía
empezó a perder las virtudes que ponderaba y sus
pacientes se quejaron de no experimentar curación
alguna con el falso estimulante. Pero aquél no cesaba
de perorar. Y había quienes, habiendo sido víctimas
del fraudulento brebaje, aún confiaban en el
entusiasta lenguaraz.

Pero llegó el día en que las alocuciones del embustero
se llenaron de absurdos e incoherencias. A su paso no
solamente dejaban de aliviarse los incautos, sino se
levantaban enormes polvaredas con los pleitos que
causaba su presencia. Entre la confusión, nadie supo
si el hablador abandonó a su ayudante o su ayudante
decidió dejarlo sólo en aquella aventura errática. Así
llegó el momento en que el merolico quedó solo en
aquel palacio que construyó con la misteriosa poción
que terminó en fraude. Dice la leyenda que los
habitantes de la comarca, enfurecidos con el fallido
histrión, pidieron a sus dioses que condenaran al
deslenguado a seguir hablando… hablando…hablando hasta
el final de los tiempos.



Adiós para siempre, adiós
Enrique López Aguilar


Eras el Raid Matabichos, plaguicida con sombrerote
ranchero, botas gruperas y cinturón con hebilla de
naco: asesino de tepocatas y víboras prietas. Desde
que te metiste a la política (¿tal vez, antes?)
hablaste como baboso, a la manera de un personaje
chespiritense, con personal verborrea fruto de una
acentuada logorrea (te paso la definición, pues no
entiendes lo que digo: el término proviene del griego
logos, "discurso", y rheo, "fluir", y significa "habla
copiosa, continua, incontrolable y excesiva,
aparentemente relacionada, que se observa en episodios
maníacos de trastornos bipolares y otros trastornos
psíquicos". Así, Bisonte, esa diarrea verbal que te
caracteriza también te lleva a decir babosadas (repito
el adjetivo, pero sólo así comprendes): "¿y yo por
qué?", "José Luis Borgues", "ambos cuatro", y
aferrarte a un habla políticamente correcta con
perpetuas invocaciones a las mexicanas, mexicanos,
mexicanitas y mexicanitos, aunque no hicieras nada por
ellos desde ese papel de presidente republicano, que
nunca acabaste de entender para qué servía.

Si por algo te vamos a extrañar es por tu infinito
potencial para decir perpetuas tonterías. Has sido el
presidente mexicano más ignorante e inculto y, para
las mediciones de la comicidad, no tenían pierde tus
discursos cotidianos. Es una pena que no te hayas
dedicado a la conducción del Risámetro en lugar de a
los destinos de un país tan flagelado como México, que
no requiere de payasos, sino de verdaderos políticos.
Te lo propongo de la siguiente manera: ojalá te
hubiéramos podido decir: "comes y te vas", o "llegas y
te vas", pero permaneciste seis años y los efectos de
tus infecciones no se van contigo, sino que dañarán
mucho tiempo a la economía y la sociedad del país.

¡Largo! ¡Hasta nunca! Ojalá no volvamos a saber de ti.

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