Lo asombroso (pero comprensible, dada la intensidad de su onerosa propaganda) es que el presidente Fox concluya su mandato con altos niveles de popularidad, si por cualquier lado que se examine su gobierno la conclusión es que, amén de decepcionar a muchos de sus votantes, lesionó profundamente la credibilidad de la democracia, echando atrás la historia. Aunque lo sabríamos sólo tiempo después, Fox llegó a la Presidencia no sólo como resultado del esfuerzo tesonero de un partido, ni gracias a su carisma y a causa del hartazgo de la sociedad sino también mediante un financiamiento paralelo contrario a la ley. De no haber incongruencia en la legislación electoral, que permite toda suerte de trapacerías y en el peor de los casos impone sólo sanciones pecuniarias, pero no la destitución del cargo logrado a la mala, Fox hubiera tenido que marcharse de la Presidencia, abrumado por la multa de quinientos millones de pesos que evidenció las infracciones que contribuyeron a su triunfo. No fue capaz de expresar rubor cuando se descubrió la trampa, ni de pedir a su partido disculpas por hacerle pagar una cuantiosa suma. Vamos, ahora sabemos que ni siquiera pagó a los abogados que aplazaron el descubrimiento del dinero sospechoso en las tretas que lo beneficiaron .
La integración de su gobierno, paso previo a su asunción, permitió saber de antemano el curso de su administración. Dijo haber confiado la selección a "head hunters", como si el gobierno de un país equivaliera a la gerencia de una empresa. Y así le fue. Nunca ha habido tal movilidad en un equipo gubernamental como en el encabezado por Fox: no se admitió nunca que nadie fuera despedido por incompetencia (pues a la antigua usanza no se explicaron las causas de las re mociones y de las renuncias). Pero lo cierto es que sólo cinco de los 18 miembros del gabinete original figuran en el gabinete (que mañana concluye sus funciones) en la misma posición donde comenzaron. Su invento personal, las coordinaciones de sector, fracasaron pronto o tarde: se frustró su intento de que hubiera un coordinador del área de "orden y respeto", encargo que había hecho a Adolfo Aguilar Zínser, que sólo se mantuvo como consejero de seguridad nacional, posición a la que Fox concedió tal importancia que la dejó vacante cuando Aguilar Zínser quiso ser representante mexicano en las Naciones Unidas, sin que nadie reparara en el atropello que ese paso significó a la diplomacia profesional; el ex rector José Sarukhán dejó muy pronto de ser comisionado de Desarrollo Humano, es decir coordinador de la política social, y con ello la República perdió sus servicios que tan relevantes mostraron ser en la Universidad nacional; Ernesto Ruffo, el protogobernador surgido de la oposición, no perseveró en la Comisión de Asuntos Fronterizos, ni Carlos Flores Alcocer en la Coordinación de Asesores de Planeación Estratégica y Desarrollo Regional.
Fox no supo ser jefe de su equipo. Más de uno se retiró en busca de su propio porvenir, sin importar la causa común. Fueron notorias las contradicciones, diferencias y aun reyertas entre secretarios de Estado. O por lo menos la desinformación: El secretario del Medio Ambiente José Luis Luege, por citar sólo un caso reciente, se enteró por la prensa del alza al precio de la gasolina Premium, ocurrida semanas después de que el Gobierno se había ufanado de la mejora ecológica lograda con ese combustible, en un acto en que el histriónico Presidente de la República hizo de despachador, manguera en mano.
Si no desempeñó a derechas el Poder Ejecutivo, la relación de Fox con los otros poderes explica la pobreza de sus resultados. Admitió en su discurso inaugural, porque así lo previene la Constitución, que él propondría y el Congreso dispondría. No fue capaz de hacerlo coincidir con sus propósitos en los temas cruciales, entre otras razones porque no se atrevió a plantearlos: la reforma laboral, conocida como ley Abascal, no llegó a San Lázaro desde Los Pinos sino que se simuló que la presentaban diputados. Practicó la paternidad irresponsable respecto de iniciativas que formalmente surgieron de su oficina: las abandonaba sin cuidados. Y hasta se alegraba de sus propios fracasos: cuando el Senado reformó la Constitución en materia indígena, en sentido contrario de la propuesta presidencial (que de avanzar le hubiera provisto una sólida plataforma política) alabó el resultado, no se sabe todavía si por ignorancia o porque practicaba un doble lenguaje. (En ese y en otros casos, cada vez más según avanzó el sexenio, frente a decisiones de Fox se generaba un dilema: no saber si atribuirlas a su desaprensión, a su incapacidad para el desempeño gubernamental, o a una malicia de que no había dado muestra en el largo lapso de su vida en que se mantuvo lejos de la política).
Incapaz de admitir que el Congreso dispusiera frente a sus propuestas, Fox multiplicó los vetos y las controverias constitucionales para sacar avante sus puntos de vista (o de los intereses que gestionaba). Y ocupó el tiempo de difusión presidencial no en explicar por qué aumentó de súbito en un peso el litro de la leche popular, sino en defenderse de, y ofender a, los legisladores las dos veces que rehusaron autorizar prescindibles viajes al exterior.
Y respecto del Poder Judicial, le infirió un daño profundo al implicar al Presidente de la Suprema Corte en el desafuero a López Obrador (del que después se desafanó) y al tribunal electoral en su segunda victoria presidencial.
La integración de su gobierno, paso previo a su asunción, permitió saber de antemano el curso de su administración. Dijo haber confiado la selección a "head hunters", como si el gobierno de un país equivaliera a la gerencia de una empresa. Y así le fue. Nunca ha habido tal movilidad en un equipo gubernamental como en el encabezado por Fox: no se admitió nunca que nadie fuera despedido por incompetencia (pues a la antigua usanza no se explicaron las causas de las re mociones y de las renuncias). Pero lo cierto es que sólo cinco de los 18 miembros del gabinete original figuran en el gabinete (que mañana concluye sus funciones) en la misma posición donde comenzaron. Su invento personal, las coordinaciones de sector, fracasaron pronto o tarde: se frustró su intento de que hubiera un coordinador del área de "orden y respeto", encargo que había hecho a Adolfo Aguilar Zínser, que sólo se mantuvo como consejero de seguridad nacional, posición a la que Fox concedió tal importancia que la dejó vacante cuando Aguilar Zínser quiso ser representante mexicano en las Naciones Unidas, sin que nadie reparara en el atropello que ese paso significó a la diplomacia profesional; el ex rector José Sarukhán dejó muy pronto de ser comisionado de Desarrollo Humano, es decir coordinador de la política social, y con ello la República perdió sus servicios que tan relevantes mostraron ser en la Universidad nacional; Ernesto Ruffo, el protogobernador surgido de la oposición, no perseveró en la Comisión de Asuntos Fronterizos, ni Carlos Flores Alcocer en la Coordinación de Asesores de Planeación Estratégica y Desarrollo Regional.
Fox no supo ser jefe de su equipo. Más de uno se retiró en busca de su propio porvenir, sin importar la causa común. Fueron notorias las contradicciones, diferencias y aun reyertas entre secretarios de Estado. O por lo menos la desinformación: El secretario del Medio Ambiente José Luis Luege, por citar sólo un caso reciente, se enteró por la prensa del alza al precio de la gasolina Premium, ocurrida semanas después de que el Gobierno se había ufanado de la mejora ecológica lograda con ese combustible, en un acto en que el histriónico Presidente de la República hizo de despachador, manguera en mano.
Si no desempeñó a derechas el Poder Ejecutivo, la relación de Fox con los otros poderes explica la pobreza de sus resultados. Admitió en su discurso inaugural, porque así lo previene la Constitución, que él propondría y el Congreso dispondría. No fue capaz de hacerlo coincidir con sus propósitos en los temas cruciales, entre otras razones porque no se atrevió a plantearlos: la reforma laboral, conocida como ley Abascal, no llegó a San Lázaro desde Los Pinos sino que se simuló que la presentaban diputados. Practicó la paternidad irresponsable respecto de iniciativas que formalmente surgieron de su oficina: las abandonaba sin cuidados. Y hasta se alegraba de sus propios fracasos: cuando el Senado reformó la Constitución en materia indígena, en sentido contrario de la propuesta presidencial (que de avanzar le hubiera provisto una sólida plataforma política) alabó el resultado, no se sabe todavía si por ignorancia o porque practicaba un doble lenguaje. (En ese y en otros casos, cada vez más según avanzó el sexenio, frente a decisiones de Fox se generaba un dilema: no saber si atribuirlas a su desaprensión, a su incapacidad para el desempeño gubernamental, o a una malicia de que no había dado muestra en el largo lapso de su vida en que se mantuvo lejos de la política).
Incapaz de admitir que el Congreso dispusiera frente a sus propuestas, Fox multiplicó los vetos y las controverias constitucionales para sacar avante sus puntos de vista (o de los intereses que gestionaba). Y ocupó el tiempo de difusión presidencial no en explicar por qué aumentó de súbito en un peso el litro de la leche popular, sino en defenderse de, y ofender a, los legisladores las dos veces que rehusaron autorizar prescindibles viajes al exterior.
Y respecto del Poder Judicial, le infirió un daño profundo al implicar al Presidente de la Suprema Corte en el desafuero a López Obrador (del que después se desafanó) y al tribunal electoral en su segunda victoria presidencial.
!!AMLO Presidente Legítimo de los Mexicanos!!
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