Esta puede ser una decena trágica. Puede romperse del todo el entendimiento a favor de una transición pacífica y seguirse trabando el funcionamiento del sistema político.
La disputa por el poder está asociada, como la piel al músculo, al conflicto que, según Stephen Robbins, es “un proceso que se inicia cuando una parte percibe que otra ha afectado de manera negativa sus intereses” o que existe la posibilidad de que lo haga en el futuro. Cuando el conflicto opera en condiciones democráticas provoca una dialéctica virtuosa; cuando se hace disfuncional tensa las relaciones entre las partes y afecta al cuerpo público.
Se toma como algo dado lo pacífico de esta transición, cuando en términos comparativos es una anomalía histórica. En México los cambios de régimen han sido eventos sangrientos y destructivos; la Independencia, la Reforma y la Revolución dejaron una estela de muertes y cuando surgió la oposición al autoritarismo en los años sesenta la tentación de usar la fuerza estaba bastante extendida entre gobernantes y opositores.
Durante el movimiento estudiantil de 1968 el lenguaje se llenó de odio. La Secretaría de Gobernación de Luis Echeverría compraba columnas periodísticas para desprestigiar a los estudiantes acusándolos de “reaccionarios”, “antinacionales” y “saboteadores de los Juegos Olímpicos”. Los estudiantes descalificaban a los gobernantes llamándolos “fascistas”, “asesinos” y “bandidos”. Díaz Ordaz era “nieto de Porfirio Díaz”, “santurrón”, “buey”, “cobarde”, “chango hocicón”, “gusano” y “bestia”; y su esposa fue injustamente ridiculizada como la “changa Lupe”. El presidente respondía a los insultos con el desdén público y el rencor privado: En sus memorias calificó a los estudiantes de “parásitos chupasangre”, “pedigüeños”, “cínicos”, “¡carroña!”, “hijos de la chingada”.
El lenguaje abonó el terreno para el enfrentamiento físico. La violencia del 2 de octubre del 68 convenció a miles de jóvenes que la única salida estaba en obtener con las armas lo que las instituciones negaban. En el primer Número del periódico Madera (órgano de la Liga Comunista 23 de Septiembre) se lanzó la consigna de atentar “contra las relaciones de producción capitalista” y eso incluía la “quema de cosechas, [la] toma de cooperativas, [el] saqueo de comercios, [la] apropiación del producto de las fábricas… Y la afectación directa de algún miembro de la burguesía” (secuestro). Ese capítulo negro de nuestra historia siguió abierto durante este sexenio cuando se reconfirmó que México es el paraíso de la impunidad.
El grueso de la lucha contra el régimen tomó cauces pacíficos. En ello fue determinante la postura del Partido Acción Nacional y la difusión de las ideas de algunos intelectuales que empezaron a escribir en periódicos. En su primera columna para Excélsior (16 de agosto de 1968) Daniel Cosío Villegas condenó sin ambajes la violencia: “Todos los que vieron la actuación de esas fuerzas [las policiacas y las militares] se sobrecogieron de espanto ante el espectáculo de una sociedad, cuya vida debe descansar en la razón y la justicia” y en lugar de ello quedó a “merced de la anarquía vandálica de los estudiantes y de la fuerza bruta y ciega de la autoridad oficial”.
Al terminar lo peor de la Guerra Sucia, y ya en los años ochenta, la izquierda venció su desconfianza frente a las elecciones y llegó a un entendimiento informal con la derecha para defender el voto como instrumento del cambio y combatir, ya unidos, las mil caras del fraude electoral. Al correr de los años el consenso se fue ampliando y consolidando.
Demos una rápida revisión a las últimas décadas con esta perspectiva. En 1986 Enrique Krauze y Lorenzo Meyer estuvieron entre los abajo firmantes de un desplegado contra el fraude electoral (“patriótico” lo llamaron en el gobierno) cometido en Chihuahua y que provocó la huelga de hambre de Luis H. Alvarez. En 1988 Cuauhtémoc Cárdenas, Manuel Clouthier y Rosario Ibarra protestaron juntos en la Secretaría de Gobernación por el fraude de aquel año. En 1991, en San Luis Potosí, confluyeron Vicente Fox y Cárdenas y Jorge Castañeda y muchos más para respaldar al doctor Salvador Nava en su decisión de declararse “gobernador legítimo” para protestar por las irregularidades electorales.
En 1994 organismos civiles de izquierda y derecha confluyeron en Alianza Cívica para hacer la primera observación de una elección presidencial mientras Santiago Creel, José Agustín Ortiz Pinchetti y Miguel Ángel Granados Chapa se unían en el primer consejo ciudadano del Instituto Federal Electoral. En 1999 el PAN, el PRD, Convergencia y otros partidos intentaron una candidatura de unidad entre Cárdenas y Fox; las diferencias ideológicas y programáticas pasaban a segundo término porque el objetivo era sacar al PRI de Los Pinos. Ese historial de acercamientos facilitó y justificó la tesis del voto útil a favor de Fox en el 2000.
Estos antecedentes –de un repertorio más amplio- le dan una mejor textura a la crisis que vivimos. En este sexenio de la alternancia se rompió el entendimiento por la mala calidad de la elección presidencial de este año. Me parece innecesario enumerar, una vez más, la concatenación de hechos; existe suficiente evidencia para sustentar la tesis de que la derecha rompió el acuerdo en torno a la limpieza electoral porque, puesta a elegir, se olvidó de los principios y optó por mantener el poder. La profundidad del agravio se aprecia en el respaldo que ha tenido la izquierda y su ex candidato ahora convertido en “presidente legítimo”. Y la cuerda se mantendrá tensa porque mientras los perdedores subrayan las irregularidades, los victoriosos exigen el olvido total y absoluto de la forma en que se llevó a cabo la elección.
El conflicto está dejando se ser funcional e invade la esfera de lo social; es posible que los diez días iniciados este 20 de noviembre sean calificados algún día como otra decena trágica.
La miscelánea
Este miércoles 22 Miguel Ángel Granados Chapa recibe el “Premio Jerusalén 2006” en la Comunidad Maguen David… El jueves 23 la prestigiada internacionalista, Olga Pellicer, presentará su último libro México y el mundo: Cambios y continuidades. Le harán los honores Rafael Fernández de Castro, Guadalupe González, Rosario Green y Jorge Eduardo Navarrete. Para los interesados en la política internacional la cita es a las 7:00 de la noche en la Librería Porrúa de Amargura 4, San Ángel.
Comentarios: Fax 56 83 93 75; e-mail:
sergioaguayo@infosel.net.mx 22/11/2006
La disputa por el poder está asociada, como la piel al músculo, al conflicto que, según Stephen Robbins, es “un proceso que se inicia cuando una parte percibe que otra ha afectado de manera negativa sus intereses” o que existe la posibilidad de que lo haga en el futuro. Cuando el conflicto opera en condiciones democráticas provoca una dialéctica virtuosa; cuando se hace disfuncional tensa las relaciones entre las partes y afecta al cuerpo público.
Se toma como algo dado lo pacífico de esta transición, cuando en términos comparativos es una anomalía histórica. En México los cambios de régimen han sido eventos sangrientos y destructivos; la Independencia, la Reforma y la Revolución dejaron una estela de muertes y cuando surgió la oposición al autoritarismo en los años sesenta la tentación de usar la fuerza estaba bastante extendida entre gobernantes y opositores.
Durante el movimiento estudiantil de 1968 el lenguaje se llenó de odio. La Secretaría de Gobernación de Luis Echeverría compraba columnas periodísticas para desprestigiar a los estudiantes acusándolos de “reaccionarios”, “antinacionales” y “saboteadores de los Juegos Olímpicos”. Los estudiantes descalificaban a los gobernantes llamándolos “fascistas”, “asesinos” y “bandidos”. Díaz Ordaz era “nieto de Porfirio Díaz”, “santurrón”, “buey”, “cobarde”, “chango hocicón”, “gusano” y “bestia”; y su esposa fue injustamente ridiculizada como la “changa Lupe”. El presidente respondía a los insultos con el desdén público y el rencor privado: En sus memorias calificó a los estudiantes de “parásitos chupasangre”, “pedigüeños”, “cínicos”, “¡carroña!”, “hijos de la chingada”.
El lenguaje abonó el terreno para el enfrentamiento físico. La violencia del 2 de octubre del 68 convenció a miles de jóvenes que la única salida estaba en obtener con las armas lo que las instituciones negaban. En el primer Número del periódico Madera (órgano de la Liga Comunista 23 de Septiembre) se lanzó la consigna de atentar “contra las relaciones de producción capitalista” y eso incluía la “quema de cosechas, [la] toma de cooperativas, [el] saqueo de comercios, [la] apropiación del producto de las fábricas… Y la afectación directa de algún miembro de la burguesía” (secuestro). Ese capítulo negro de nuestra historia siguió abierto durante este sexenio cuando se reconfirmó que México es el paraíso de la impunidad.
El grueso de la lucha contra el régimen tomó cauces pacíficos. En ello fue determinante la postura del Partido Acción Nacional y la difusión de las ideas de algunos intelectuales que empezaron a escribir en periódicos. En su primera columna para Excélsior (16 de agosto de 1968) Daniel Cosío Villegas condenó sin ambajes la violencia: “Todos los que vieron la actuación de esas fuerzas [las policiacas y las militares] se sobrecogieron de espanto ante el espectáculo de una sociedad, cuya vida debe descansar en la razón y la justicia” y en lugar de ello quedó a “merced de la anarquía vandálica de los estudiantes y de la fuerza bruta y ciega de la autoridad oficial”.
Al terminar lo peor de la Guerra Sucia, y ya en los años ochenta, la izquierda venció su desconfianza frente a las elecciones y llegó a un entendimiento informal con la derecha para defender el voto como instrumento del cambio y combatir, ya unidos, las mil caras del fraude electoral. Al correr de los años el consenso se fue ampliando y consolidando.
Demos una rápida revisión a las últimas décadas con esta perspectiva. En 1986 Enrique Krauze y Lorenzo Meyer estuvieron entre los abajo firmantes de un desplegado contra el fraude electoral (“patriótico” lo llamaron en el gobierno) cometido en Chihuahua y que provocó la huelga de hambre de Luis H. Alvarez. En 1988 Cuauhtémoc Cárdenas, Manuel Clouthier y Rosario Ibarra protestaron juntos en la Secretaría de Gobernación por el fraude de aquel año. En 1991, en San Luis Potosí, confluyeron Vicente Fox y Cárdenas y Jorge Castañeda y muchos más para respaldar al doctor Salvador Nava en su decisión de declararse “gobernador legítimo” para protestar por las irregularidades electorales.
En 1994 organismos civiles de izquierda y derecha confluyeron en Alianza Cívica para hacer la primera observación de una elección presidencial mientras Santiago Creel, José Agustín Ortiz Pinchetti y Miguel Ángel Granados Chapa se unían en el primer consejo ciudadano del Instituto Federal Electoral. En 1999 el PAN, el PRD, Convergencia y otros partidos intentaron una candidatura de unidad entre Cárdenas y Fox; las diferencias ideológicas y programáticas pasaban a segundo término porque el objetivo era sacar al PRI de Los Pinos. Ese historial de acercamientos facilitó y justificó la tesis del voto útil a favor de Fox en el 2000.
Estos antecedentes –de un repertorio más amplio- le dan una mejor textura a la crisis que vivimos. En este sexenio de la alternancia se rompió el entendimiento por la mala calidad de la elección presidencial de este año. Me parece innecesario enumerar, una vez más, la concatenación de hechos; existe suficiente evidencia para sustentar la tesis de que la derecha rompió el acuerdo en torno a la limpieza electoral porque, puesta a elegir, se olvidó de los principios y optó por mantener el poder. La profundidad del agravio se aprecia en el respaldo que ha tenido la izquierda y su ex candidato ahora convertido en “presidente legítimo”. Y la cuerda se mantendrá tensa porque mientras los perdedores subrayan las irregularidades, los victoriosos exigen el olvido total y absoluto de la forma en que se llevó a cabo la elección.
El conflicto está dejando se ser funcional e invade la esfera de lo social; es posible que los diez días iniciados este 20 de noviembre sean calificados algún día como otra decena trágica.
La miscelánea
Este miércoles 22 Miguel Ángel Granados Chapa recibe el “Premio Jerusalén 2006” en la Comunidad Maguen David… El jueves 23 la prestigiada internacionalista, Olga Pellicer, presentará su último libro México y el mundo: Cambios y continuidades. Le harán los honores Rafael Fernández de Castro, Guadalupe González, Rosario Green y Jorge Eduardo Navarrete. Para los interesados en la política internacional la cita es a las 7:00 de la noche en la Librería Porrúa de Amargura 4, San Ángel.
Comentarios: Fax 56 83 93 75; e-mail:
sergioaguayo@infosel.net.mx 22/11/2006
!!AMLO Presidente Legítimo de los Mexicanos!!
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