Hasta el impresentable Henry Kissinger declara ya que en Irak no puede ganar el ejército yanqui. Algunos eventos, desde que los crea el poder, son crónicas que, de tan anunciadas, producen incluso repugnancia. Era evidente desde antes de la descarada ocupación, mintiendo, que la suerte de los yanquis en Irak iba a ser la misma que corrieron en Vietnam. Suele suceder con las ocupaciones de países soberanos, por mal gobernados que se encuentren casi siempre los invadidos, por no decir que siempre, por gobernantes impuestos y amigos del imperio yanqui.
Gobernantes, como es también Calderón, producto del capitalismo que al precio que sea quieren imponerle al mundo como decadente cultura los que gobiernan el imperio yanqui.
Lo que es una infamia. Aunque ellos la llamen "american way of life", es decir, "tipo de vida americano", es decir, "la cultura gringa", lo que significa ser drogadicto y temer al despertar cada mañana que el hijo adolescente se levante y asesine, mientras desayunan, a los padres y hermanos, antes de irse a la escuela a asesinar a sus profesores y amigos, pero eso sí, tienen, los asesinados, refrigerador, televisión y auto.
Era evidente que los yanquis iban a tener otro Vietnam en Irak, porque el hipócrita Occidente es incapaz incluso de generar, ni siquiera, democracias creíbles. Pero sobre todo, era una crónica anunciada que esto iba a suceder, porque iban a topar con la dignidad de Oriente. Y, sí, lo sabían, claro que lo sabían los yanquis y los británicos y el español Aznar. Todos ellos de la misma calaña que Bush y su padre. Y lo sabía la ONU, exterminada por la cobardía que ante el imperio drogadicto sienten los gobernantes hipócritas de Occidente.
Pero de eso trataba la ocupación militar. Se trataba de acabar justamente con esa dignidad, producto de una cultura milenaria, cuya carencia, que envidian a los que la tienen, porque en Occidente cada vez más les falta, incluso en países no educados por la televisión, como sucede con los yanquis.
No van a ganar los yanquis en Irak, perdieron, como perdieron en Vietnam, porque el ejército yanqui es un ejército de mercenarios y los enemigos de los yanquis son pueblos enteros que defienden su patria y sobre todo su cultura, mejor, sin duda, que la exportada por los yanquis plagada de guerras y guerrillas, droga y delincuencia, violencia y muerte.
Lo mismo ocurre aquí. Calderón perdió la batalla en las urnas y la volvió a perder en el zócalo y perderá la guerra en el momento en que, como cualquier dictador, tome posesión de un cargo que no le pertenece, rodeado de militares y apoyado por rifles y tanquetas.
Triste destino el que eligió Calderón para él y para su familia. Le ganó AMLO, aclamado ayer en el Zócalo, sin guaruras que agravien al pueblo, como agravian los militares cuando imponen por la fuerza.
Hoy empieza el México del día siguiente, el México de mañana en el que millones de mexicanos nos sentimos, por fin, representados por un Presidente Legítimo.
AMLO nada tiene que envidiar al que será investido por la fuerza de las armas como usurpador ilegítimo el 1 de diciembre de un año aciago en todos sentidos para nuestra patria. La envidia va a estar del otro lado para siempre.
Puede ser que Calderón le apueste a la represión. Lo va a hacer, sin duda, quien no es generoso ni consigo mismo tampoco es capaz de ser generoso con el pueblo que lo desprecia.
Pero nadie va a despreciar tanto a Calderón como se despreciará él a sí mismo.
Cuando se mire al espejo cada mañana verá ahí reflejadas a las multitudes aclamando a AMLO como Presidente Legítimo y deseará con todas sus fuerzas haber estado en el lugar del otro, incluso en ese minuto eterno que es el juicio final que todos nos hacemos en el momento de la muerte cuando se tendrá que responder, sin caretas, que no valió la pena y que fueron los seis años, o los que le dure la ocupación, más largos y tristes de su vida y sabrá que de todas maneras no tiene perdón porque pudo, pero no quiso, hacer lo éticamente correcto para él y para su país porque lo venció la ambición.
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